martes, 28 de abril de 2009

Protomedicato en el Perú


Basado en el título de la tesis doctoral del mismo nombre, “Protomedicato en el Perú: del curanderismo empírico a la profesión médica” es un libro escrito por el Dr. Abraham Zavala Batlle, neumólogo peruano, y presentado el 27 de abril del 2009 en el Auditorio de la Facultad de Medicina, con motivo de la celebración del “Mes de las Letras” de la Universidad de San Martín de Porres.

Durante la época del virreynato, en donde la práctica de la medicina no estaba ordenada ni reglamentada, habiendo por doquier sanadores, curanderos, y donde cualquier aficionado, con cierta práctica, podía ejercer la medicina, fue que se implantó, por mandato real de la corona española, una institución que reguló en adelante la enseñanza y la práctica de la medicina en todos sus dominios: El Real Tribunal del Protomedicato, instituido inicialmente en España en 1442.

Esta institución, que duró 278 años en el Perú, creada en 1570 por el rey Felipe II con el nombre de Protomedicato General de Lima, tenía la facultad de calificar, otorgar grados y títulos académicos y reglamentar la práctica de la medicina en el Perú, además de tener funciones de Ministerio de Salud. Los primeros médicos peruanos se formaron sobre la base de una formación académica, y convirtió el oficio de la sanación, en la práctica profesional formal; en pocas palabras, una transición entre el curanderismo y la carrera de medicina. Entre las prácticas médicas comunes de aquella época se describen a la Sangría, practicada por el barbero o sangrador mediante lancetas o bisturíes, el Clíster, que era el enema evacuante, y la Triaca, es cual era una mezcla de cincuenta y siete sustancias usada para múltiples dolencias y traída al nuevo mundo por los españoles.

Hubo en total 25 protomédicos en el Perú. El primer protomédico con nombramiento oficial confirmado por España fue Antonio Sánchez de Renedo, que ejerció como tal desde 1570 hasta 1578; y el primer protomédico peruano fue el doctor Francisco Bermejo y Roldán, natural de Lima, en el año 1692. Sin embargo el Perú ya tenía presencia de protomédicos desde 1536, Hernando Sepúlveda. Entre los protomédicos más reconocidos podemos mencionar a Hipólito Unanue (ocupó el cargo entre 1807 y 1825) y Cayetano Heredia (entre 1843 y 1848), quien a su vez fue el último protomédico del Perú, cuando fue abolido un 30 de diciembre de 1848 y sustituido por la Junta Directiva de Medicina.

El protomedicato se encargó no sólo de la formación de médicos, sino también el de otorgamiento de grados académicos (licenciado y doctorado) y las habilitaciones para ejercer la carrera a todo el que aspiraba a ser médico, cirujano, huesero, boticario, comerciante de drogas aromáticas, hierberos y todas las personas que de una u otra manera practicaban estas actividades. Asimismo, se buscaba sancionar la práctica en cualquiera de estas modalidades sin la autorización respectiva, eran severamente castigados; los graduados debían presentar ante la magistratura y ante el ayuntamiento, sus títulos de grado y un certificado de haber completado dos años de práctica. Si no se hacía tal, la penalidad era de ocho años de suspensión.

El Dr. Uriel García Cáceres, en su presentación al presente libro, manifestó que “la historia de la medicina peruana no es tanto un recuerdo nostálgico de pasajes que relatar, sino más bien es la historia de las ideas, de los hechos que ocurrieron con veracidad en nuestro país…”. Asimismo, invocó a los estudiosos peruanos, “quienes trabajan en los hospitales, clínicas, consultorios, a quienes tratan con la vida de las personas, les toca conocer la historia para poder avanzar en los descubrimientos que hagan en sus pacientes”.

El autor resalta que “actualmente, la automedicación es la primera línea terapéutica (de los enfermos), la consulta al boticario es la segunda y la consulta médica es la tercera (línea terapéutica)... estamos igual que antes del protomedicato, ya hace más de 400 años”, finalizó.

viernes, 17 de abril de 2009

El enfermero Martín


Martín fue hijo de un español, Don Juan de Porres y de una negra liberta panameña, Ana Velázquez, que residía en Lima. Nació el 9 de diciembre de 1579, en Lima y murió el 3 de noviembre de 1639 a la edad de 59 años. Fue beatificado en el año 1837 por el papa Gregorio XVI y canonizado el 6 de mayo de 1962 por el papa Juan XXIII. Los motivos de convertir en santo a este ilustre e inolvidable peruano de la época colonial, fueron más allá de lo que comúnmente conocemos. Fray Martín, además de su fiel devoción a los hábitos dominicos, es destacado por sus amplios conocimientos al servicio de la salud de cualquiera que buscara su ayuda, era uno de los primeros enfermeros que la historia del Perú pueda identificar; además, se le identifica como Cirujano menor (Les llamaban barberos en esa época), farmacólogo (herbolario), odontólogo (sacamuelas) y médico veterinario. Fue el mismo Ricardo Palma, que en sus Tradiciones Peruanas le endilgó el sustantivo de enfermero en muchos de sus pasajes históricos.

Martín debió de empezar su labor como enfermero entre 1604 y 1610. Inició su aprendizaje de boticario en la casa de Mateo Pastor, quien se casaría con la hija de su tutora. Esta experiencia sería clave para Martín, conocido luego como gran herbolario y curador de enfermos, puesto que los boticarios hacían curaciones menores y administraban remedios para los casos comunes. También fue aprendiz de barbero, oficio que conllevaba conocimientos de cirugía menor.

En el convento, Martín ejerció también como barbero, ropero, sangrador y sacamuelas. Su celda quedaba en el claustro de la enfermería. Todo el aprendizaje como herbolario en la botica y como barbero hicieron de Martín un curador de enfermos, sobre todo de los más pobres y necesitados, a quienes no dudaba en regalar la ropa de los enfermos. Su fama se hizo muy notoria y acudía gente muy necesitada en grandes cantidades.

Su labor era amplia: tomaba el pulso, palpaba, vendaba, entablillaba, sacaba muelas, extirpaba lobanillos, suturaba, succionaba heridas sangrantes e imponía las manos con destreza. En Martín confluyeron las tradiciones medicinales española, andina y africana; solía sembrar en un huerto una variedad de plantas que luego combinaba en remedios para los pobres y enfermos.

Su preocupación por los pobres fue notable. Se sabe que los desvalidos lo esperaban en la portería para que los curase de sus enfermedades y les diera de comer. Martín trataba de no exhibirse y hacerlo en la mayor privacidad. La caridad de Martín no se circunscribía a las personas, sino que también se proyectaba a los animales, sobre todo cuando los veía heridos o faltos de alimentos. Tenía separada en la casa de su hermana (que ya estaba casada y en buena posición social) un lugar donde albergaba a gatos y perros sarnosos, llagados y enfermos.

La personalidad carismática de Martín hizo que fuera buscado por personas de todos los estratos sociales, altos dignatarios de la Iglesia y del Gobierno, gente sencilla, ricos y pobres, todos tenían en Martín alivio a sus necesidades espirituales, físicas ó materiales. Su entera disposición y su ayuda incondicional al prójimo propició que fuera visto como un hombre santo. En la actualidad, todas estas son características de la medicina humanista, corriente cada vez más difundida entre las nuevas facultades de medicina en el Perú. Muchos enfermos lo primero que pedían cuando se sentían graves era: "Que venga el santo hermano Martín". Y él nunca negaba un favor a quien podía hacerlo.

Se le atribuyó también el don de la sanación, de los cuales quedan muchos testimonios, siendo las más sorprendentes la curación de enfermos desahuciados. "Yo te curo, Dios te sana" era la frase que siempre solía decir para evitar muestras de veneración a su persona. Según los testimonios de la época, a veces se trataba de curaciones instantáneas, en otras bastaba tan sólo su presencia para que el enfermo desahuciado iniciara un sorprendente y firme proceso de recuperación. (efecto placebo).

Normalmente los remedios por él dispuestos eran los indicados para el caso, pero en otras ocasiones, cuando no disponía de ellos, acudía a medios inverosímiles con iguales resultados. Con unas vendas y vino tibio sanó a un niño que se había partido las dos piernas, o aplicando un trozo de suela al brazo de un donado zapatero lo curó de una grave infección.

Debido a su vida al servicio de la salud y cuidado de los pacientes y enfermos, es que a San Martín de Porres se le ha nombrado Patrón de los Enfermos, Patrón de los Químicos Farmacéuticos del Perú, Patrón de la Sanidad de las fuerzas policiales del Perú y Patrón de la Universidad de San Martín de Porres, en Lima – Perú.

miércoles, 15 de abril de 2009

Parto Vertical

Desde los inicios de la humanidad el nacimiento de los seres humanos se ha efectuado en posición vertical. Durante el S. XVII, en muchos países de Europa, se cambió la posición para el parto, con la finalidad de resolver algunos problemas durante el período expulsivo y evitar así la demora en la salida del feto; llegando incluso a utilizar cierto instrumental como el Fórceps para la asistencia externa del parto vaginal, hoy esta práctica ha ido en desuso.



En el Perú, tradicionalmente el parto se realizaba en forma vertical, conducido únicamente por la mayoría de la fisiología. Esto se evidencia a través de las cerámicas dejados por nuestros antepasados, donde se representaban a las nativas momentos antes del parto; así como a las encargadas de los cuidados maternales, antes y después del alumbramiento, quienes no eran las mismas mujeres que ejercían las funciones curanderas.

El parto se efectuaba por gravedad, lo que acusa un perfecto conocimiento clínico en su forma más fácil y normal. En la figura presentada vemos al marido que sujeta a la esposa por los flancos del vientre, sin duda para hacerle masajes y ayudarla para el alumbramiento, y a la partera dedicada con vigilante atención a la evacuación del nuevo ser. Junto a la parturienta están los utensilios y cajas que servían para estos casos. En cuanto a la expresión del trance, el artista ha sabido interpretarla con gran realismo: la faz de la mujer acusa con extraordinaria vivacidad los agudos dolores del alumbramiento; asimismo, podemos observar el vientre abultado y los
pechos endurecidos y desproporcionados.

Con la llegada de la medicina occidental, se sustituye este proceso natural por un conjunto de técnicas para hacerlo horizontal. Sin embargo, algunas regiones han conservado su costumbre ancestral que hoy tal vez sea bueno estudiar y difundir; tratando de que el Parto Vertical recupere la capacidad y la confianza en la propia naturaleza, sin renunciar a la tecnología, sino reservándola para las complicaciones y los casos de riesgo.

martes, 14 de abril de 2009

Médicos Mochicas

La defensa y la prolongación de la vida ha sido la principal preocupación del hombre de todos los tiempos, atrajo la atención y suscitó los esfuerzos de los antiguos peruanos de la costa norte del Perú (Ancash, Lambayeque, La Libertad), donde desarrollaron la Cultura Mochica (siglos I al VI d.C.), quienes, con espíritu científico, descubrieran las propiedades curativas de los metales, plantas y animales, hasta lograr establecer instituciones o profesionales exclusivamente dedicados a la defensa de la salud. Los ceramios nos han reservado noticias interesantes acerca de las enfermedades que los aquejaban y los procedimientos de curación que empleaban, los mismos que por sí solos revelan el alto nivel de su medicina.



A través de la cerámica mochica se ha logrado evidenciar que estos celebres médicos mochicas eran de ambos sexos. Las “médicos” mujeres eran de edad madura, normalmente sentadas en el suelo con las piernas cruzadas, de rostro severo y de prendas de vestir que aunque eran cortas, manifestaban a través de la manera en que estas eran llevadas, aires de superioridad y de elegancia, a su lado se evidenciaban cajas de medicamentos, amuletos y utensilios de curación. Los “médicos” hombres eran más bien de edad adulta, pero igualmente que las mujeres en su forma de sentarse y de vestir, incluso más lujosas, variadas y vistosas, eran sin duda de una jerarquía alta dentro de la sociedad moche. Al lado de estos, las famosas “chunganas” que son usadas como sonajas por los curanderos de hoy en día.





La manera como curaban a los enfermos está fielmente expresada en la cerámica: el paciente, completamente desnudo, era colocado en posición dorsal, y ocupaba el frente del curandero o curandera. Esta forma de auscultación al desnudo constituía la mejor manera de diagnosticar el mal y determinar su tratamiento. Entonces el curandero aplicaba las manos sobre el cuerpo del enfermo en las regiones adoloridas o inflamadas; luego, cerraba los ojos y con la cara hacia lo alto, en actitud de invocación, procedía a indagar la causa de la enfermedad y a descubrir el camino más seguro para combatirla. En la conciencia de estos antiguos curanderos influía lo sobrenatural y lo maravilloso. Sus invocaciones tendían, por lo tanto, a excitar el ánimo del enfermo y a lograr su confianza para que éste se resignara después, lleno de fe, a todo cuanto con él hiciera o le administrase su presunto galeno. Por consiguiente, en toda curación regía una poderosa influencia sugestiva, a más de las bebidas de propiedades hemostáticas, analgésicas, euforbiáceas, diaforéticas, entre otros, que se obligaba a tomar al paciente en procura de extirpar sus dolencias.



El pueblo consideraba a los curanderos como seres sobrenaturales. La recuperación de la salud fue un fenómeno que debió influir mucho en sus creencias y en su fe. Sus medicaciones están estrechamente unidas a los poderes curativos de las plantas y a una serie de actos a los que se les daba origen sobrenatural. Entre las principales enfermedades que fueron plasmadas en la cerámica mochica destacan el bocio, el exoftalmos y el mixedema, que evidencia una patología antigua en el Perú como es el cretinismo, manifestaciones venéreas como el lúe (Sífilis), casos de ceguera producidos por una conjuntivitis aguda, representaciones de onanistas semiesqueletizados, deformaciones sicóticas y lordóticas de la columna vertebral, idiocia aguda, casos de hermanos siameses, parálisis faciales, incluso cerámicos de labio leporino.



(Del libro Los Mochicas. Autor: Rafael Larco Hoyle. Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera, Lima 2001)

Trepanaciones Craneanas en el Perú


Según el Traumatólogo Vicente García, se han descrito por lo menos 10 mil craneos con trépanos en todo el mundo, siendo los más conocidos los de Perú, aunque hayan también de otras culturas como en Inglaterra, en Alemania, en España, en el Cáucaso (entre Europa del este y Asia Occidental), en Argelia, incluso en Nueva Guinea, todos sitios muy distantes entre sí; sin embargo, coincidían con técnicas (aún desconocidas) que generaban orificios en el cráneo muy similares entre sí.

Los primitivos cirujanos de la costa del Perú (Cultura Paracas)  practicaron hace más de 1000 años (aprox. Siglo V d.C.) operaciones casi imposibles sobre las cabezas de los mutilados en la batalla, heridas que hoy en día, en un alto porcentaje, provocarían la muerte; y que en cambio, fueron sanadas con éxitos hace más de 10 siglos. Aparentemente las técnicas exitosas que usaban incluían orificios circulares obtenidos por fricción, ello debido a que los cráneos encontrados evidenciaban crecimiento óseo alrededor de la zona de craneotomía (trépano).

Las técnicas de estos cirujanos de conocimientos asombrosos se perdieron para siempre; una medicina imposible para un tiempo en que la ciencia estaba todavía en pañales. Todo un misterio que sobrecoge en pleno siglo XXI a los profesionales de la salud.