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lunes, 24 de enero de 2011

Afrodescendientes y Medicina Peruana


Afroperuano/a es un término que designa a la cultura de los descendientes de las diversas etnias africanas que llegaron al Perú durante la Colonia, logrando una uniformidad cultural. 
Primeros afroperuanos
La población afroperuana se halla, principalmente en la costa surcentral, especialmente en Lima, Callao, y en las provincias de Cañete, Chincha, Ica, y Nasca. El otro segmento importante de población afroperuana se encuentra en la costa norte ubicada mayoritariamente en la zona septentrional, entre Lambayeque (Zaña, Cayaltí), Piura y en menor medida Tumbes. En Piura se encuentra Yapatera, la ciudad con el mayor porcentaje de población afroperuana del país.
Los términos afroperuano y afroperuana están más relacionados con la cultura desarrollada por los actuales descendienes de los negros coloniales que con un concepto puramente étnico, ya que las poblaciones africanas que arribaron al Perú durante la Colonia experimentaron a través de los siglos un profundo mestizaje con la población criolla y nativa. 
Se estima que el total de la población de origen afroperuano oscila en 7% del total nacional, la mayoría se encuentra amestizada, es decir, zambos, mulatos y negros conforman un 7% del total nacional.
Ya en un artículo anterior, se relata la historia y vida de quizás, el primer afroperuano que utilizó la medicina con destreza, aunque sin los estudios científicos rigurosos, Fray Martín de Porres ("El Enfermero Martín").
El Dr. Uriel García Cáceres, médico, investigador científico, político e historiador de la medicina peruana, hace una entrega publicada el día de ayer en el Diario "El Comercio", sobre la historia de los afrodescendientes en la medicina peruana; que como sanadores, aunque poco se mencione, durante el Virreinato y en la época republicana, hasta mediados del siglo XIX, jugaron un papel importante como profesionales de la salud. Aquí colocamos el texto completo de su artículo:

Desde la época de los reyes católicos se prohibió, en España, el ingreso a las universidades a los no descendientes de españoles. Esto para imposibilitar que judíos y árabes se titulasen como profesionales de cualquier clase. Resultaba, sin embargo, que los mejores médicos, sobre todo los que atendían a la nobleza, pertenecían a esas etnias.
La especialización
En España, y solo allí, las profesiones médicas se clasificaron como: doctores o físicos –el grado máximo–, eran sometidos a examen después de estudiar en la universidad; cirujanos latinos: obtenían grado de bachiller en una universidad con dominio del latín –la lengua académica–, además, aprendían anatomía y la supuesta curación de las enfermedades de la piel; cirujanos romancistas: una suerte de enfermeros sin autorización para recetar ni manejar el latín; finalmente los sangradores: que seguían un curso de reconocimiento de las venas superficiales para extraer sangre del sitio escogido y en la cantidad indicada por el médico tratante. Esto diferenció a los españoles del resto de países en los que cirujanos podían ser barberos.
San Fernando: formador de médicos en el Perú
Protomedicato peruano
En nuestro país, con varios siglos de adelanto, se creó una institución descentralizada que calificaba a los profesionales de la salud y vigilaba su adecuado comportamiento. Estos fueron los llamados Tribunales del Protomedicato. Los historiadores desconocedores del protomedicato creen que en España y sus colonias los cirujanos eran solamente barberos y sangradores.
En América, sin embargo, se cometía la injusticia de exigirse un ominoso certificado de pureza de sangre, para entrar a la universidad y poder obtener los títulos de doctor o cirujano latino, pues no podían admitirse a personas que “avergonzaran” a sus compañeros por pertenecer a castas inferiores (como reza textualmente una pragmática de Felipe III, del siglo XVIII).
Médicos de estas tierras
Pese a todo, en las colonias españolas de América, y en especial en el Perú, ocurrió algo singular. Los afrodescendientes fueron admitidos para obtener el título de cirujano latino, profesión que casi ningún criollo deseaba (los hijos de íberos puros no deseaban ser cirujanos latinos). 
Los únicos blancos fueron los cirujanos españoles adscritos a los batallones militares de ocupación. Para atender la demanda por este tipo de profesionales, el Real Protomedicato de Lima tuvo que admitir a los descendientes africanos como cirujanos latinos. 
Por alguna razón, quizá por la innata habilidad manual, se prefirió a los afros para amputar piernas o brazos, drenar panadizos, suturar piel y tejidos desgarrados o practicar necropsias. No se hizo lo mismo con los amerindios o sus mezclados.
Hijo de esclavizado
Pedro de Utrilla ‘El Joven’ fue un cirujano latino graduado en San Marcos, hijo de un esclavo liberto de quien se dice que fue también cirujano (aunque no hay pruebas como sí las hay de ‘El Joven’). 
Ejerció su profesión brillantemente, con fama y prestancia. Sus sucesores constituyeron una tradición de cirujanos de esa etnia hasta mediados del siglo XIX. Existe prueba documental de las importantes operaciones y autopsias que realizó DeUtrilla en Lima. 
Fue el único que se salvó de la diatriba mordaz de Caviedes, quien le compuso un vejamen –texto burlesco que se redactaba para un recién graduado– en el que alabó sus virtudes sin dejar de zaherirlo con maestría:
A una mujer abrió en suma
Por la parte que no cierra
Y una piedra le sacó
Que pesaba libra y media
La mujer no murió, por
Estar de Dios que viviera […]
El ‘Cachorro’, como motejó De Utrilla al poeta, fue un notable cirujano con bien ganado prestigio. Hay que destacar que esto mismo no ocurrió en otros lares. En Norteamérica hubiese sido imposible que un africano ejerciera legalmente la profesión médica.
Dr. Eugenio Espejo
El doctor Espejo
El doctor Eugenio Espejo, de nombre “remodelado” para bautizarlo (en realidad Eugenio Francisco Xavier de Santa Cruz y Espejo), fue un sobresaliente hombre –mitificado y desfigurado– que hasta en sus retratos aparece cambiada su apariencia facial. 
Fue hijo de un indio quechua de Cajamarca –Luis Chuzigin– y de una esclava liberta –Catalina Aldás– de Quito. 
Espejo fue prócer médico y de la libertad de la entonces Capitanía de Quito, primero en el virreinato, del Perú y luego de Nueva Granada.
Vivió en los tiempos de Unanue y aunque no hay evidencia de que se conocieran, ambos postularon los cambios climáticos como factores en la génesis de enfermedades. Murió en prisión por ser un sincero anticolonialista.

Profundizar estudios
Hay pocos datos concretos sobre los médicos de ascendencia africana. El primero que se encuentra –gracias al gran historiador Guillermo Lohmann Villena– es el doctor Juan Llano Jaraba, quien en 1695 obtuvo la borla doctoral. Era hijo ilegítimo de un noble español y de madre cuarterona (hija de español con mestiza). 
El virrey Conde de la Moncloa ordenó al protomedicato dispensarlo del certificado de pureza de sangre por su sobresaliente rendimiento académico. No hay bibliografía sobre él, pero sí evidencia documental de que durante varios años fue protomédico y catedrático. Juan del Valle y Caviedes lo menciona hasta tres veces y en su famosa obra manuscrita “Hazañas de la Ignorancia”, lo atacó en una extenso Romance, diciendo que solicitó a Llano curarle una fiebre terciana y criticó despiadadamente sus recetas.
El gran Dávalos
José Manuel Dávalos (1758-1821), hijo de un importante español con una esclava liberta, fue –como Hipólito Unanue– seminarista y cursó latinidad, filosofía y artes. Pasó a San Marcos para cursar la carrera de cirujano latino (la única que podía seguir). Su padre pidió permiso para que viajase a Europa, donde ingresó a la prestigiosa Universidad de Montpellier, Francia, y fue discípulo de prominentes figuras científicas, como Lavoisier. 
Se graduó con honores con una tesis sobre las enfermedades vistas en Lima durante su ejercicio. Su tesis, en correcto latín, fue publicada en francés por varias revistas científicas. En Montpellier siguió cursos de botánica médica. De vuelta a Lima fue maltratado por la universidad y recurrió a la Corte Real para revalidar su título francés de doctor. 
Al crearse la cátedra de botánica médica se presentó al concurso, pero perdió ante un dibujante (ex soldado raso de un regimiento español sin título académico), protegido de Unanue. Aceptó enseñar gratis mientras durase la ausencia del titular que trabajaba dibujando para una misión botánica. 
Cuando Hipólito Unanue intentó ser protomédico, la universidad utilizó a Dávalos para contrarrestarlo. El currículo del doctor era imbatible y la universidad lo nombró provisoriamente. El virrey Abascal, entonces un virtual rey de la América del Sur hispana, colaboró con Unanue para atropellar a la universidad y al doctor Dávalos. Unanue fue nombrado protomédico por decreto virreinal y sin concurso. El único médico peruano alabado por Alexander von Humboldt fue este afroperuano.
Artículo escrito por: Dr. Uriel García Cáceres (El Dominical de "El Comercio" Pág.10-23/01/2010)

sábado, 27 de marzo de 2010

San Andrés: Primer Hospital de Sudamérica

En el local ubicado en Huallaga 846, un enorme plástico azul cumple las funciones de techo; las paredes, de barro gastado, han sido toscamente tarrajeadas y pintadas de blanco; su piso, de tierra, ha sido cubierto por kilos de cemento, se encuentra ubicado lo que alguna vez fue el famoso Hospital Real de San Andrés, el primer nosocomio del Perú y Sudamérica y donde, se dice, estarían enterradas las momias de Pachacútec, Túpac Yupanqui y Huayna Cápac.
El historiador Teodoro Hampe y el arqueólogo Antonio Coello son algunos de los investigadores que lideraron las excavaciones del 2001 y 2005 para rescatar los restos incaicos que fueron depositados aquí por orden del virrey Marqués de Cañete, hacia 1560, a fin de que los pobladores andinos no los siguieran adorando.
Las crónicas del Inca Garcilaso de la Vega, las del jesuita español José de Acosta (1590) y las del padre agustino Antonio de la Calancha (1638) confirman que las momias fueron traídas a Lima. Sin embargo, los trabajos arqueológicos que inició José de la Riva Agüero en 1937 y que fueron retomados por Hampe y Coello, en los años señalados, aún no logran desentrañar el misterio.
Hampe señala que el apoyo que les dio, en ese entonces, la Universidad de Chicago fue importante para develar la existencia de cinco lugares subterráneos con evidencias de entierros. Los trabajos se suspendieron por falta de financiamiento y solo algunas zonas fueron exploradas.
El Hospital Real de San Andrés fue el primer nosocomio de los españoles y el primer local de lo que sería la Facultad de Medicina de San Marcos, y empezó a funcionar en 1811 como tal, con Hipólito Unanue como uno de sus fundadores. Venían de todo el país a estudiar aquí y regresaban a sus provincias a ejercer la carrera. Por sus aulas pasaron Cayetano Heredia, Daniel Alcides Carrión y muchos otros grandes.


El Hospital Real de San Andrés fue construido a mediados del siglo XVI, gracias al apoyo que el clérigo Francisco de Molina recibió del Virrey Andrés Hurtado de Mendoza, Marquez de Cañete; precisamente en agradecimiento, recibió el naciente nosocomio el nombre de pila de su benefactor. El cronista Fernando de Montesinos -citado por Juan B. Lastres-, nos narra a continuación el acto fundacional:

"1560, vivía en este tiempo en Lima, un varón puro y santo llamado Francisco de Molina, clérigo; era natural simplícimo y sencillo, y tan caritativo, que llevaba a los pobres españoles a curar a su casa; doliase mucho porque en ella no había capacidad para curarlos tenia de ordinario seis camas y procurabales a los enfermos todo regalo; eran muchos los que acudían a valerse de su caridad, y hallándose imposibilitado de curarlos en la pequeña casa, pidió al Virrey le diera un sitio para llevar allí a sus pobres; diole el arrabal que es hoy el sitio donde está el Hospital de San Andrés, con cargo que el Hospital se había de llamar deste nombre en memoria del suyo (El Virrey Don Andrés Hurtado de Mendoza) (...)".

Al ser un Hospital Real, se encontraba bajo el patronazgo de la corona, la cual brindaba un aporte anual para su mantenimiento. Según Agustín Iza y Oswaldo Salaverry, "en esas épocas la atención de los enfermos era un acto de caridad cristiana. La salud era un don divino y la enfermedad una prueba de fe. El médico se formaba más como académico que como práctico y socialmente era mejor considerado en cuanto podía comentar adecuadamente los clásicos hipocráticos y galénicos.

El principal objetivo al fundar un Hospital era brindar un ambiente para el buen morir. Los que padecían una enfermedad ligera o curable eran atendidos en sus domicilios". No se puede dejar de citar aquí la halagadora descripción que hizo Vásquez Espinoza -recogida también por Juan B. Lastres-: "El hospital Real de San Andrés fundó la piedad del Marquez de Cañete el viejo don Hurtado de mendoça, puede competir con los mejores del mundo, por que sin límite recibe, y sin favores humanos los enfermos de todas enfermedades, que por salas diferentes se reparten, sus salas, sitio, y oficinas parecen un pueblo, tiene casa aparte de locos, y aunque en hábitos de terceros tiene algunas personas sirvientes, tiene cantidad de esclavos y esclavas para el servicio de los pobres (...)".

Inclusive en 1816, el informe del Protomédico interino del Virreinato Miguel Tafur -citado por Óscar Valdivia Ponce- elogiaba la labor del Hospital Real en el cuidado de los alienados, al compararlo con otros establecimientos: "Allí (el Hospital de San Pedro), nada pueden adelantar los locos, sujetos a una cadena si son bravos o confinados a celdas si son mansos. Allí no hay loquería destinada al cuidado privativo de ellos, ni un loquero que se encargue de su aseo, limpieza y particular asistencia (...). La única casa que tenemos para estos es la loquería de San Andrés a donde se les cuida como exige su constitución, bañándolos, aseándolos y asistiéndolos del modo más conveniente al común y a cada uno en particular.

Así el bien de la humanidad me estimula a lamentar el desorden y preocupación de que solo han de ir a ella los locos seculares, desdeñándose el clero y comunidades de readmitir allí los suyos (...) muchos se curarían sin duda, si en los conventos tuviesen asistencia y cuidado con que tales enfermos se tiene en la loquería de San Andrés, cuidado y asistencia que es imposible proporcionar en el Hospital de San Pedro y en las enfermerías de los conventos, a pesar de la dedicación y esmero que hay en todas ellas para la asistencia de las demás enfermedades".


Desde 1753, se había ordenado por soberana resolución, la creación de un anfiteatro anatómico "para que se instruyan los cirujanos y médicos de esta capital". La anatomía, hasta ese entonces, se había enseñado sólo teóricamente; según Agustín Iza y Oswaldo Salaverry, a los catedráticos de las asignaturas de método y anatomía se les designaba con el nombre de catedráticos in partibus (de anillo), porque no ejercían el cargo. En el "Libro de Actas de la Universidad" de 1780 (citado por Juan B. Lastres), puede leerse lo siguiente: "Que en efecto, en esos días le había ordenado pasase al Hospital de San Andrés, y en Consorcio de Cathedratico de Anatomía y del Protomédico hiciese reconocimiento de alguna Sala o lugar cómodo en donde pudiese formar un Anfiteatro para disecciones Anatómicas según lo tenía ordenado su Majestad muchos años antes".

No fue sin embargo, hasta noviembre de 1792, que la orden real se vio cumplida, al inaugurarse el anhelado anfiteatro, gracias a las gestiones de Hipólito Unanue y el apoyo del Virrey Frey Francisco Gil de Taboada y Lemos y Villamarín; en la ceremonia, pronunció Unanue su famosa oración "Decadencia y restauración del Perú".

A mediados del siglo XIX, el declive de la atención manicomial era evidente. Casimiro Ulloa, en la Gaceta Médica de Lima de 1857, se refirió a las loquerías de Santa Ana y San Andrés en los siguientes términos (citado por Óscar Valdivia Ponce): "hemos recorrido esas especies de cárceles que en Lima se honra con el nombre de casa de locos, nuestro corazón ha sido cruelmente herido de pesadumbre y angustia. Al ver el semblante de estos desdichados recostados en inmundos colchones sobre el suelo, o sobre gruesas tarimas, encerrados a pares en estrechas y húmedas celdas, sin más mueble que las vasijas de barro indispensable a sus más apremiantes necesidades: al verlos atados a las paredes de ellas con cadenas de hierro, o colocados sus pies en un cepo al mirarlos vagar por un corredor estrecho, sin otro cuadro a que volver los ojos que el espectáculo de las desgracias de sus compañeros de cárcel, no hemos podido alejar de nuestra memoria el recuerdo de las lastimosas escenas de que hemos hecho mención".

El mismo Casimiro Ulloa (citado ahora por Juan B. Lastres) dijo en otro momento, refiriéndose a la loquería de San Andrés: "sin estar en deplorables condiciones, deja sin embargo, mucho que desear porque los infelices amentes muden cuanto antes del alojamiento. Allí hay es cierto más aseo, más vigilancia; pero todo esto no toca la medida de lo que se puede hacer en este género de servicios públicos". Por otro lado, según Baltazar Caravedo, el médico Miguel E. De los Ríos informó en 1853 a la Sociedad de Beneficencia Pública, "sobre el estado lamentable en que se encontraba la loquería que funciona en dicho establecimiento (el Hospital de San Andrés), solicitando para los enajenados, régimen menos cruel. Los pobres enfermos eran considerados como en tiempo de la colonia: encerrados en inmundos calabozos o sujetos con cadenas a los muros, sufrían el maltrato de guardianes convencidos de que la agresión era el mejor procedimiento para dominar a los agitados, a los indisciplinados y para todos aquellos que perturbaran la tranquilidad de la casa o de sus cuidadores".

El desprestigio de las loquerías de San Andrés y Santa Ana fue el motor que impulsó la fundación del Hospital Civil de la Misericordia (más conocido como Hospicio del Cercado), el cual funcionó desde 1859 hasta 1917, y al que fueron trasladados los enfermos mentales de las loquerías (de aquél sólo hemos llegado a ver 
una placa en el museo del Hospital Víctor Larco Herrera).


El Hospital de San Andrés siguió funcionando hasta el 8 de marzo de 1875, cuando todos los pacientes pasaron al recién inaugurado Hospital Dos de Mayo. El local funcionó entonces como convento de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul, y desde 1929, de las Hijas de María Inmaculada. Posteriormente, parte del terreno terminó convertido en la actual Comisaría de San Andrés (frente a la Plaza Italia), y el resto fue utilizado por el Colegio Óscar Miró Quesada, hasta que en el 2007 los alumnos fueron evacuados por Defensa Civil, por riesgo de derrumbe.

Quedan muy pocos espacios, y bastante deteriorados, de lo que fue la planta tradicional del hospital y nada casi de lo que fueron los claustros de medicina, pues lo que fue el anfiteatro de anatomía lo ocupó y transformó la comisaría de San Andrés. Pero es la más antigua edificación virreinal que existe y tiene un valor histórico notable. Se han presentado proyectos para constituirlo como un museo. Que sea eso o un centro cultural, pero que se conserve.

Desde diciembre del 2009 la Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana (SBLM) administra los 5 mil m2 que quedan de los 10 mil que tenía el otrora hospital San Andrés cuando se fundó en 1552.

Los investigadores, miembros de las facultades de medicina y la misma beneficencia coinciden en la necesidad de rehabilitar y convertir San Andrés en el museo de la medicina, ya que fue la cuna de esta profesión.
Motivos no faltan: el local que ocupaba el colegio conserva el cementerio, el patio y el loquerío (antecedente del manicomio) que formaban parte del hospital, así como una capilla de mediados de 1800. Una historia arquitectónica que merece un capítulo aparte.
Información e imágenes de: Oswaldo Salaverry. Profesor de Historia de la Medicina-UNMSM. Santiago Stucchi Portocarrero (Blog Psiquiatría Histórica).  Médico Psiquiatra. Diario El Comercio

miércoles, 10 de febrero de 2010

San Fernando: Primera Facultad de Medicina del Perú (Parte I)

Empezaré a contar la historia de San Fernando. Seguramente será para mí muy difícil no empezar haciéndolo con mi alma mater; sin embargo, es justo que cuente la historia de la medicina peruana, en forma ordenada y cronológica. Hablar de la creación de San Fernando; es mencionar a la primera Escuela de Medicina del Perú.

Ya con la creación de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, que al inicio solo funcionaba como Estudios Generales,  y tras las Constituciones dadas por el Virrey Francisco de Toledo para ésta institución, se inicia el dictado de las cátedras clásicas de medicina.

De estilo europeo - escolástico, el catedrático sólo se limitaba a dar lectura a un texto, el cual luego se comentaba dando referencia a grandes eruditos que ya hubieran tratado la materia, consiguiendo con esto médicos de gran verbo pero de poco actuar. Se tuvo que esperar hasta el siglo XVII para proveer y fortalecer estas cátedras. Aunque con frecuentes interrupciones, estas cátedras fueron la base académica para la formación de médicos, cirujanos y otras profesiones sanitarias como los boticarios, hasta las postrimerías del periodo virreinal.


“San Fernando” es una de las 20 facultades de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, decana de América. Es la Facultad de Medicina más antigua del Perú y una de las más antiguas de América. La cátedra de medicina fue una de las primeras en formarse en dicha universidad, y se encontraba dividida en 4 secciones:

§  Prima: creada y proveída en 1571, aunque instituida en 1634, la primera cátedra de Prima se dio el 17 de abril de 1635, siendo su primer titular el Dr. Juan de la Vega (médico de cámara del Conde de Chinchón). Es la cátedra de mayor categoría.
§  Vísperas: creada en 1571 aunque instituida y proveída en 1634, siendo su primer titular el Dr. Jerónimo Andrés Rocha.
§  Método de Arte y Curativo de Galeno: creada, instituida y proveída en 1660.La primera cátedra de Método de Galeno se dicta en el año de 1691, siendo su primer titular el presbítero Francisco Vargas Machuca.
§  Anatomía: creada e instituida en 1711. Es la cátedra más tardía y de menor categoría.

La primera cátedra de Anatomía se dicta en el año de 1723, siendo su primer titular el Dr. Pedro López de los Godos; con algunas prácticas esporádicas en el Hospital Real de San Andrés.
En esta época el título de Médico era otorgado sólo por el Protomedicato, institución encargada de evaluar a los postulantes a médicos. La Universidad, sólo se encargaba de formar a los futuros postulantes. Pero era por necesidad que los doctores de la cátedra universitaria sean también evaluadores en el Protomedicato, convirtiéndose éste último, en una valla burocrática.
Y así, hacia el ocaso del siglo XVIII y por impulso de uno de los más ilustres estudiantes de la cátedra, Hipólito Unanue, se da inicio a la reforma y modernización de la educación médica. La educación brindada era de tipo eclesial, donde se daba una mayor importancia al aspecto teológico, resultando las pocas y tardías informaciones de los avances culturales del resto de Europa, retrasadas cerca de 150 año respecto al continente europeo. Estos cambios que se producirían, darían pie a un renacimiento e ilustración en la educación médica.

Hipólito Unanue, quien fuera estudiante de la cátedra de medicina y luego profesor de la cátedra de anatomía, concebiría la idea de hacer una gran reforma en la educación de la medicina peruana, al tratar de acercarla y emparentarla a los grandes avances europeos.

Desde el 29 de julio de 1753, cuando era virrey José Manso de Velasco, Conde de Superunda, se había indicado la construcción de un Anfiteatro para la ciudad de Lima, pero no sería hasta que Unanue como catedrático clamara por la creación de un anfiteatro anatómico en el entonces Hospital de españoles (Real) de San Andrés (a la usanza española, como el Anfiteatro Anatómico en el Hospital General de Madrid) para una mejor instrucción en el ámbito teórico y práctico de los estudiantes de dicha cátedra.

Dicho anfiteatro fue inaugurando el 21 de noviembre de 1792 en presencia del entonces virrey Francisco Gil de Taboada, quien le ayudó con fondos para poder culminar la obra.

El nombre de “San Fernando” fue puesto justamente por el Dr. Hipólito Unanue, quien la fundó en 1811 como “Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Fernando”. Algunos mencionan que el nombre de San Fernando fue en honor al Rey Fernando VII de España (Corona: 1808-1833); sin embargo, dicho nombre fue colocado por Unanue  en homenaje a su amigo, el Virrey Fernando de Abascal (Virreynato: 1804-1816), quien potenció su creación y construcción. Aunque más ceremoniosamente, se le ha atribuido el nombre a la coincidencia de los dos personajes en mención.

Construido por el presbítero Matías Maestro, por orden de Hipólito Unanue, el primer local de San Fernando se ubicó en la esquina de las calles de San Andrés y Sacramento de Santa Ana, frente a la plaza del mismo nombre (hoy Plaza Italia).


Cabe destacar que Hipólito Unanue creó una currícula de estudios que se implementa está de acorde con la época, y aun constituye la base de los programas actuales. Realizó también algunas recomendaciones para el buen funcionamiento académico de la recién fundada San Fernando y que son tan vigentes ahora como antes, como el número de lenguas, las características de la programación de clases, que las de entendimiento y memoria se dicten en invierno y las de imaginación en verano, que se alternen las clases de tal forma que el avanzado puede asistir al repaso de los elementales.

La patriótica actitud de profesores y alumnos del Colegio de Medicina y Cirugía de San Fernando -dirigidos por Unanue-, contribuyeron a fijar las bases de la nacionalidad en el periodo que da termino a la Colonia e inicia la República.

Esto motivó al protector y libertador del Perú, don José de San Martín - en honor al merito - a cambiarle el nombre por el de Colegio de la Independencia, el 27 de agosto de 1821, nombre que conserva hasta el 9 de setiembre de 1856, cuando el presidente constitucional, don Ramón Castilla, aprueba el Reglamento de Funcionamiento y crea la Facultad de Medicina de San Fernando, nombrando al Dr. Cayetano Heredia como su primer decano. 

miércoles, 13 de enero de 2010

La Tuberculosis en el Perú


La tuberculosis ha causado y sigue causando estragos en el género humano, de preferencia en la población de escasos recursos, por lo que se le llama «la enfermedad de los pobres».


Desde Hipócrates se conoce la tuberculosis, aunque al parecer, él no fue tuberculoso, sin embargo contribuyó al conocimiento de la enfermedad; creó la palabra «tisis» que quiere decir consunción (adelgazamiento extremo) y describió tan bien la enfermedad que hasta nuestros días nos han llegado sus alcances semiológicos al describir «la facies hipocrática», la fiebre vespertina o «fiebre héctica».


En el Perú, la tuberculosis existe desde la época del Antiguo Perú y aumento considerablemente durante la Colonia. La tradición popular narra que el Inca Tupac Yupanqui, atacado por la enfermedad, eligió a Jauja para descansar y reponerse, por ello la fama de esta ciudad para el tratamiento de la tuberculosis.


Durante la Colonia citamos a Isabel Flores de Oliva (Santa Rosa de Lima), quien padeció de la enfermedad. Por lo mismo fue designada patrona de los tuberculosos y el Día del Tisiólogo se celebra el 30 de agosto, día de la santa. El cuadro pintado por Medoro en 1617 en la Basílica de Santa Rosa, muestran a Isabel Flores en esa estado de enfermedad.

En el siglo XIX, entre tantos enfermos famosos en el Perú, citamos a don Manuel Pardo, futuro Presidente de la República, quien recobró la salud gracias a su permanencia en Jauja. También citamos a Juan M. Byron, médico de la Promoción 1885, que muere muy joven de tuberculosis en Estados Unidos en el curso de sus estudios en Bacteriología, víctima de una inoculación accidental.
Luego, ya en este siglo, abundan los personajes, pero solamente citamos a tres: con toda verosimilitud, Felipe Pinglo, el gran bardo criollo que falleciera un 15 de mayo de 1936 en la Sala de Santo Toribio del Hospital Dos de Mayo. El popular Alejandro Villanueva, baluarte del Alianza Lima, quien viviera sus últimos días en su lecho de enfermo, en la sala Santa Rosa del Hospital Dos de Mayo, en 1944.


Mencionaremos algunos datos importantes en la lucha antituberculosa en el Perú. El Dr. Aníbal Corvetto, Promoción 1902 de San Fernando, fue el primer tisiólogo del Perú y el primer jefe de la sala de Santa Rosa del hospital Dos de Mayo.


Mencionar asimismo al sanatorio Olavegoya de Jauja, que alcanzó su apogeo entre 1932 y 1950 bajo la dirección de José Elías García Frías. Se recuerda también la creación de la cátedra de Tisiología de la Facultad de Medicina de San Fernando con Ovidio García Rosell en 1934, la Fundación de la Sociedad Peruana de Tisiología en 1935 por hombres de la talla de O. García Rosell, Juan Werner, Juan M. Escudero Villar, Luis Cano Gironda, Max Espinoza Galarza, Leonidas Klinge, entre otros.

Y luego el Hospital Sanatorio de Bravo Chico, ahora Hospital Hipólito Unanue, donde ha continuado formándose la crema de la tisiología nacional, ahora escuela neumológica.


Extraído de: Imágenes Históricas de la Medicina Peruana. Por: José Neyra Ramirez.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Unanue: Médico y Maestro (2/2)


Unanue ingresa a la docencia universitaria en 1788 por la Cátedra de Anatomía, cátedra que no era muy competitiva, nadie lo quería tomar, y usualmente eran sacerdotes los que se dedicaban a la enseñanza de este curso. Unanue revoluciona la docencia de este curso y la pone a la par de las mejores escuelas de Europa, construye en Anfiteatro Anatómico en una de las salas del Hospital de San Andrés, y lo inaugura un 20 de Noviembre de 1792.

Aquí inicia el cambio de le enseñanza de la medicina, haciendo disecciones cadavéricas y reuniones clínico patológicas, y comienza a mejorar el nivel de preparación de los médicos. Pero también inicia el camino hacia el Protomedicato, porque en realidad lo que funda es una cátedra paralela de Patología Médica, y con ello la reforma de la enseñanza de la medicina.

En la inauguración de este anfiteatro leyó un discurso: Decadencia y restauración del Perú, donde demostró su conocimiento del país y su preocupación por los indígenas, pero también mostraba una gran reverencia hacia la monarquía. Es necesario destacar en este punto, que aquí se tomaron los primeros exámenes a estudiantes de Medicina en los cursos de Patología Médica, el 25 de enero de 1796.

Otra de las razones que lo hicieron destacar tempranamente, fue el hecho que Unanue tuvo a su cargo la redacción de las memorias de los virreyes, como la de Teodoro Francisco Croix o de Guillermo Gil Taboada y Lemus. Esto hizo que Unanue tuviera un conocimiento muy detallado de lo que ocurría en el Virreynato y le permitió lucirse frente al Rey Fernando VII cuando viajó a España.

Sin duda otra de las razones que le dieron prestigio a Unanue, fue su participación activa en la organización de la Sociedad Académica de amantes del país que editó la revista El Mercurio Peruano (1791-1795). Esta publicación, que fue dirigida por José Baquijano y Carrillo, le permitió a Unanue escribir 58 artículos en el lapso de 3 años, artículos referentes a una variedad de temas; arqueológicos, biológicos, climatológicos, pero muy pocos de ellos de naturaleza médica.

El Clima de Lima, es su obra médica cumbre. En ella hace una descripción sistematizada y minuciosa del clima de Lima y lo relaciona con la medicina, la enfermedad y los estados de ánimo de los habitantes de Lima. Es del más puro estilo hipocrático, lo que constata con las ideas que parecía tener hasta antes de la publicación de este texto.

Diera la impresión que con este libro Unanue retrocede, intelectualmente hablando, se olvida de todos los adelantos que hasta ese momento había en la medicina para regresar a Hipócrates.

Es interesante mencionar algunas citas de su célebre discurso Decadencia y Restauración del Perú: “Ignorancia de la Anatomía, impericia de esta ciencia directora del profesor, tú has causado en gran parte la decadencia y miseria que hoy lo oprime”. Se refiere a la alta morbilidad y mortalidad entre los indígenas por ausencia de profesional calificado para la atención médica.

“¡Tal es hoy la suerte, tal condición del Perú!, de aquel Perú hipérbole en otro tiempo de felicidad y opulencia, consumidos sus moradores, solo presenta cúmulo de ruinas, herederas desiertas, minas derrumbadas. Donde están esos pueblos de tan numero vecindario que sostenían su libertad, oponiendo huestes que equilibran todo el poder de los incas”.

Indudablemente por esta época, 1792, el número de indígenas era apenas de 300 mil habitantes, de los millones de existentes al momento de la conquista. Finalmente de una manera indirecta culpa a los españoles de esta disminución de los pobladores nativos cuando manifiesta: “Al contrario, los vestigios de las ciudades y villas con que mejoraron excesivamente, cuanto había consumido la dura necesidad de la victoria, prueba con evidencia que lejos de haber sido los actores, han sido las víctimas de esta común calamidad”.

Menciona además lo que ha sido confirmado después, que las enfermedades que diezmaron las poblaciones indígenas fueron traídas por los españoles: La viruela, el sarampión y los negros esclavos venidos con los españoles trajeron la lepra, el chancro y la sarna y dice: “Desgraciado Perú esta ha sido tu suerte. Abismado en una mortal ignorancia de la anatomía, faltaron en las provincias médicas inteligentes y las enfermedades internas menoscabaron a la otra. Introducidas en el siglo de la conquista mil enfermedades extranjeras con el comercio, el lujo y la mezcla”.

Estas citas nos indican el profundo compromiso de Unanue con el Perú y nos explica por que razón quería ser Protomédico del Perú.

¿Qué hizo Unanue como Protomédico?
Desde que se recibió como médico el gran deseo de Unanue fue transformar la educación médica. Sus primeros pasos los realizó desde el anfiteatro de Anatomía, con el cargo de Protomédico y en base a la gran amistad que tenía con el Virrey Abascal decide impulsar la creación de la Escuela de Medicina. Esto ya lo había intentado con el Virrey Gil pero no se había cristalizado. Unanue siempre había pensado que la preparación médica de ese entonces, como que lo fue, era ineficiente, que la administración de salud en la población era mala y que esta no llegaba a las otras zonas del Virreynato.

Hay escritos donde se expresa mal de los médicos, por la inoperancia de éstos. El prestigio de Unanue permitió aglutinar todas las fuerzas de aquella época para consolidar este logro, el Arzobispo de Lima, el Obispo de Arequipa, los Cabildos de Lima y Quito costearon esta construcción.

Fue tal el entusiasmo por esta obra que las donaciones excedieron los gastos y con este superávit se construyó el Jardín Botánico. A esta Escuela de Medicina se le comenzó a llamar SAN FERNANDO como homenaje al Virrey y fue inaugurada el 13 de agosto de 1813. La currícula de estudios que se implementa está de acorde con la época, y aun constituye la base de los programas actuales.



Es interesante mencionar algunas recomendaciones que hace y que son tan vigentes ahora como antes, como el número de lenguas, las características de la programación de clases, que las de entendimiento y memoria se dicten en invierno y las de imaginación en verano, que se alternen las clases de tal forma que el avanzado puede asistir al repaso de los elementales.

Como Protomédico recomendó a Abascal la construcción del cementerio, puesto que hasta esa época los funerales se realizaban en las iglesias y esto era contraproducente. La construcción de la Escuela de Medicina y el Cementerio fueron encargadas al Presbítero Matías Maestro.

En 1813, en pleno auge liberalista por la presencia de Napoleón en España, se eligen los diputados para las cortes de Cádiz. Unanue fue elegido diputado por Arequipa, y con este motivo viaja a España. Aquí se suscitan una serie de incidentes. Fernando VII recupera el trono, se disuelven las Cortes, Unanue se entrevista con Fernando VII, quien queda muy impresionado con Unanue y lo nombra Médico de la Real Cámara, le obsequia el cuadro de una Virgen, lo intenta nombrar Marqués y finalmente lo nombra albacea de los Landaburo.

Llega con una buena posición económica en 1816, se retira a su hacienda de Arona en Cañete y a partir de allí se inicia con fuerza en otro aspecto de su vida, la de político, dejando prácticamente a un costado toda su trayectoria de médico y maestro. El relato y juicio sobre esta actuación es materia de otro trabajo. Lo importante es mencionar que Unanue se desenvolvió con honestidad, con rectitud y con capacidad, así como también con mucho tacto y tino.

Artículo escrito por: Dr. Iván Vojvodic Hernández (Synapsis Nº1-1994)

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Unanue: Médico y Maestro (1/2)


Indudablemente revisar toda la biografía de este personaje es muy difícil, tiene diferentes aspectos, el de médico, el de geógrafo, de estadista, de maestro, de financista, de político, de periodista y en general de una persona tremendamente empapada de un espíritu humanista y de mucho amor al Perú, nuestra patria, que inspiró en él su vida, con sus acciones y sus escritos. El querer tocar sólo el aspecto de médico y maestro es como tocar con una pluma su epidermis.

Sin embargo, también es menester mencionar que el futuro se desarrolla mejor con el análisis del pasado y de la historia, la cual debe ser crítica, exenta de pasiones y desmenuzadas a la luz de lo que ocurría en esos momentos.

José Hipólito Unanue y Pavón nació en Arica, el 13 de agosto de 1755, su padre fue español, Miguel Antonio Unanue y Montalivet, y su madre, una aristócrata arequipeña, Manuela Pavón Salgado y Martínez de Anaya. De allí que él era un criollo neto, de los que en aquella época se decía “limpio de sangre”. Realizó sus estudios básicos en el Seminario Conciliar San Jerónimo de Arequipa y posiblemente en algún convento en el Cuzco, con la posibilidad de alcanzar la profesión de moda en aquella época: el sacerdocio.

Llega a dominar el latín y el griego, se empapa de la cultura clásica, y esto se confirma con las citas que realiza en estos idiomas y en las referencias frecuentes a estas dos culturas en sus escritos.

Llega a Lima en 1777, a los 22 años, y es acogido por un tío materno, Pedro Pavón, sacerdote, catedrático de anatomía desde 1765, quien le inculcó el estudio de la medicina, descubriendo en él su verdadera vocación. Estudió medicina entre los años 1779 y 1783. Es en esta época donde se vive la efervescencia y las consecuencias de la rebelión de Túpac Amaru.

Es también en esta época, en 1781, donde José Baquijano y Carrillo recepciona en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) al Virrey Jáuregui con un virulento discurso en defensa de los indígenas. Por aquellos tiempos, una de las ceremonias de recepción del nuevo Virrey se realizaba en la sala principal de la UNMSM, en lo que ahora es el Congreso de la República, con un discurso a cargo del rector o algún profesor principal designado por este. Discurso que posteriormente fue confiscado por “real orden”.

En sus años de estudiante, y por las dificultades económicas de su familia, se vio obligado a agenciarse de fondos, y es así que se convierte en profesor de Agustín de Landaburo y Belzunce, hijo de una conservadora y aristocrática familia limeña, de quien luego heredaría su fortuna. Y es a través de esta familia que se vincula con personajes y otras familias de la alta sociedad limeña, de donde nacieron la Sociedad Filarmónica y la Sociedad Amantes del País, gérmenes del Mercurio Peruano.

¿Cuál era la situación de la educación médica y del médico en el Virreynato? Por aquella época, y hasta la sexta década del siglo XIX, los que ejercían la profesión médica estaban clasificados en 4 grupos:

a)      1. Los Sangradores. Que usualmente no tenían mayores estudios y aprendían de la práctica diaria. Constituían un rezago de los tratamientos instaurados por Hipócrates y también por nuestros antepasados.
b)      2. Los Cirujanos Romancistas. Que para ser titulados sólo tenían que acreditar el trabajar por algún tiempo con otro cirujano o en algún hospital.
c)       3. Los Cirujanos Latinos. De mayor nivel, puesto que rendían sus exámenes en latín de los cursos de arte, filosofía o teología, además de acreditar un trabajo hospitalario. Hasta aquí solo podían aspirar los que no eran “limpios de sangre”. Todos estos personajes fueron los que desprestigiaron la medicina en el Virreynato. El Diente de Parnaso, una obra que satirizó a los médicos, tiene su origen en este concepto.
d)      4. Los Físicos (Physicians = Médicos). Que serían los verdaderos médicos, a los que se doctoraba, tenían que ser criollos y “limpios de sangre”. Dos de los pocos médicos que no cumplieron con este requisito fueron los mulatos Juan Manuel Dávalos, quien estudió de Francia con científicos de primera línea como Lavoisier, y fue exonerado de esta prohibición por mandato directo del Rey, y el otro José Manuel Valdez, quien luego de ejercer como 10 años como cirujano latino obtuvo la dispensa para ser médico.
Debían ser bachilleres en artes, teología o filosofía y haber llevado cursos de medicina. Ellos podían recetar, purgar y sangrar.

Todos estos títulos eran asignados, al igual que en España, por una institución denominada el Protomedicato, cuyo jefe, llamado Protomédico, ostentaba el cargo de manera vitalicia, era designado por concurso y a su vez era el médico del virrey y catedrático de prima de la universidad. Los catedráticos principales dictaban en las mañanas y era los de prima y los asociados o auxiliares en la tarde, eran los catedráticos de vísperas. Vale decir, reunía en una sola persona lo que actualmente es el Decano de la Facultad de Medicina, El Ministro de Salud y el Decano del Colegio Médico.



Usualmente la designación del Protomédico era una cadena, quien sustituía al que fallecía era el que seguía en la línea de carrera universitaria. En el censo de 1790 existían en Lima 21 médicos para una población de 52627 habitantes.

Un primer detalle importante en señalar, y que amerita un análisis posterior, es que Hipólito Unanue postula al cargo de Protomédico en 1784, es decir apenas 3 años después de recibirse como Físico, obviamente no ganó. Quien se hace Protomédico en este concurso es Juan José Aguirre, quien recién deja este cargo a su fallecimiento en 1806, casi 20 años después, a muy avanzada edad, accediendo recién a este cargo Hipólito Unanue el 29 de Noviembre de 1807. Unanue tenía los méritos suficientes pero no estaba en la línea de carrera, sin embargo la opinión favorable del Virrey Abascal fue determinante e impuso su nombramiento.

¿Cuáles fueron los méritos que tuvo Unanue para llegar  al Protomedicato? Desde el punto de vista médico, por su carisma, su buen trato y probablemente por su apariencia física, fue el Físico de cabecera de las mejores familias de Lima de aquellos tiempos; fue también profesor o instructor de los descendientes de estas familias, destacando sobre todo los Landaburo, de quien posteriormente fue su albacea.

Unanue fue un hombre muy estudioso, conocía el latín y el griego, leyó mucho a los autores grecolatinos, se empapó de Hipócrates y Galeno. Se conoce de una autorización en que la Santa Inquisición le da permiso para poder acceder a libros prohibidos por esta.

Tuvo dos antecesores que parece marcaron su vida, uno de ellos Pedro Paralta Barrionuevo y el otro Cosme Bueno. Estos centraron la ciencia de la libertad, fuera de las ataduras dogmáticas de aquel entonces. Se dice que Cosme Bueno tuvo la mejor biblioteca de aquel entonces, y no hay mayores dudas que Unanue tuvo acceso a ella, allí leyó a Vesalio y a Morgani.

Es más, Bueno fue médico que por su amplia cultura humanística tuvo gran importancia, por aquellos días, publicaba anualmente los llamados almanaques donde hacía disertaciones sobre tópicos médicos, biológicos y climatológicos. Llegó a ser cosmógrafo mayor del virreinato, cargo que posteriormente ocupó Gabriel Moreno, otro de los personajes que influyó notablemente en Unanue. Este le dedicó su obra cumbre “Los climas de Lima”. Unanue, posteriormente, en 1793, ocupa este mismo cargo, y publica una obra hasta ahora consultada por los estudiosos “Guía Política, Eclesiástica y Militar del Virreynato del Perú.

Poco después determinó que se construyera en primer observatorio, de allí también que puede considerársele padre de los geógrafos o de los meteorólogos.

Artículo escrito por: Dr. Iván Vojvodic Hernández (Synapsis Nº1-1994)