Después de la Inoculación, Carrión volvió a su vida regular, entre la universidad y su cuarto de pensión, habían pasado varios días y su cuerpo no manifestaba ningún signo de enfermedad; pero el 17 de setiembre, 21 días después del inicio de su experimento, sintió un agudo dolor en el pie izquierdo, y dos días más tarde, una fiebre altísima, le confirmó que la enfermedad se había instalado en su cuerpo.
Aun cuando los síntomas de la Fiebre e la Oroya, le provocaron un miedo natural, el investigador que había dentro de él, se puso inmediatamente en alerta, para descubrir y anotar cada detalle de la enfermedad que ya corría por su cuerpo.
¿Qué estaba sucediendo en el organismo de Carrión? ¿Qué procesos ocurrían en la intimidad de su cuerpo? Solo la medicina moderna pueden explicar hoy, las cosas que el joven estudiante no entendía en ese momento.
El agente transmisor de la Verruga es un mosquito popularmente llamado Titira, al que los científicos llaman Lutzomyia verrucarum. Ese pequeño insecto transmite la bacteria de la enfermedad al picar a una persona enferma y luego a otra sana.
A través del agudo piquete del mosquito, la bacteria conocida como Bartonella bacilliformis, entra en el cuerpo humano, y da inicio al proceso de la enfermedad. En el caso de Carrión, él se la aplicó directamente de un brote verrucoso.
Una vez instalada en el torrente sanguíneo, la bartonella comienza a reproducirse, y ataca de inmediato a los glóbulos rojos. Penetra en ellos, y se queda a vivir como parásito en el interior.
Esa invasión de los glóbulos rojos por la bacteria, se agrava cuando aparecen los monocitos y linfocitos, que son las células de defensa de nuestro organismo. Como los glóbulos rojos están alterados por la bartonella, las células de defensa no los reconocen, y comienzan a destruirlos sistemáticamente, persiguiéndolos por todo el sistema circulatorio. Los pocos glóbulos que logran sobrevivir son destruidos en el bazo.
En cuestión de horas, miles y miles de glóbulos rojos, son aniquilados por el propio sistema inmunológico, provocando un debilitamiento general y una severa anemia, que muchas veces provoca la muerte del paciente.
Sin embargo, si el enfermo remonta la fase anémica, después de un tiempo, sus linfocitos y monocitos aprenden a luchar contra la bacteria, entonces esta huye a la piel, formando los conocidos brotes verrucosos, alguno de los cuales no llegan a aflorar. A pesar de que las verrugas dan un feo aspecto al paciente, esta ya es la fase benigna de la enfermedad; pues luego de varios días, los brotes desaparecen si dejar huella.
31 días después de la inoculación, Carrión vivía la etapa más peligrosa de la enfermedad: La Anemizante. Hoy la Verruga se puede medicar de modo efectivo en cualquiera de sus fases, el mártir todavía estaba muy lejos del descubrimiento de los antibióticos.
En esos días le escribe a su padre: “El sábado pasado fui acometido de fortísimos escalofríos, seguidos de una elevadísima fiebre”, pero para no preocuparlo, le miente: “ahora me hallo en el periodo de convalecencia”.
Pronto ya no pudo seguir escribiendo su propia historia clínica, en su cuaderno de notas, ahora se puede leer la dolorosa aceptación de su debilidad: “a partir de ahora me observarán mis compañeros, pues por mi parte confieso, me sería muy difícil hacerlo”. Sus cuatro amigos, los del lejano colegio Guadalupe, serían ahora los encargados de continuar las anotaciones.
Las noches de los enfermos son muy largas, entre dolores y sobresaltos volvía al Cerro de Pasco de su infancia, a ese paisaje frío y desolado de la puna. Su estado era cada vez más grave: Son las dos de la madrugada, escribían sus amigos, y aún no puede dormir tranquilo, delira, pide que apaguemos la luz, y en seguida nos indica que no.
El 2 de octubre, cuando los vómitos y las diarreas lo estaban deshidratando, aun tiene fuerza y lucidez para dictar su gran comprobación: “Ahora me encuentro firmemente persuadido, que estoy atacado de la fiebre del que murió nuestro amigo Orihuela; he aquí la prueba palpable de que la Fiebre de la Oroya y la Verruga reconocen el mismo origen”.
Los médicos que lo examinan el 4 de Octubre en la mañana, recomiendan una transfusión de sangre, pero en ese tiempo aun no se conocían los grupos sanguíneos, y una transfusión, podría eventualmente ser fatal, si la sangre del donante no coincidía con la del enfermo. Carrión sabe que solo le queda aceptar el riesgo.
Sus amigos entonces lo trasladan al Hospital Francés, hoy conocido como la Clínica “Maison de Sante”, único centro médico equipado para transfusiones sanguíneas. Pero los médicos, entre ellos el Dr. Ricardo Flores – primer especialista en transfusiones de sangre en el país - por alguna razón que no ha quedado registrada, deciden postergar la transfusión.
Cuando se inoculó la verruga, la muerte solo era una posibilidad lejana, pero al sentirla próxima, serenamente dijo: “no me arredra (amedrenta) la muerte”. El 5 de octubre, a las 11:30 de la noche terminó su martirio, había muerto para que otros no mueran en el futuro, sólo tenía 28 años.
Desde su Mausoleo en el Hospital 2 de Mayo, donde hasta hoy se recuerda su sacrificio, el inquieto espíritu de Carrión, parece seguir preguntando a través de las brumas del tiempo. ¿Ya hemos logrado vencer a la Enfermedad? ¿Es todavía un problema para los pueblos de la Sierra? ¿Se ha comprobado finalmente el mal de la Verruga?
Extraído de: "Grandes Biografías". Por: Alejandro Guerrero.
Extraído de: "Grandes Biografías". Por: Alejandro Guerrero.
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