viernes, 20 de noviembre de 2009

Historia del Colegio Médico del Perú


Esta semana en el Perú son las elecciones nacionales del Colegio Médico, y a propósito del evento de sufragio obligatorio para todos los miembros de la orden, repasaremos un poco de su historia y sus momentos más importantes.

La aspiración corporativa de tener una institución que custodie “la majestad de la Orden y los valores éticos de la profesión” apareció muy tardíamente en nuestro país.

La finalidad fue crear una institución que vele y oriente los principios y valores de la profesión médica y que ejerza el control ético deontológico del ejercicio de la misma.

Como antecedente al Colegio Médico del Perú, ya en 1883, específicamente el 13 de agosto, se fundó la Sociedad Médica Unión Fernandina, por médicos jóvenes y estudiantes de medicina, con la finalidad de formar un instrumento de progreso impulsada por las más esclarecidas mentalidades médicas de la época; sin embargo esta no representó a todos los médicos, dado que no daba cabida a mentes “adocenadas”.

Luego, en 1922 comenzaron a circular esquelas dirigidas a los miembros del Cuerpo Médico Nacional – así los firmaba el Dr. Ricardo Palma Jr. – invitando a los colegas a adherirse a la fundación del Círculo Médico Nacional y ser considerados como miembros fundadores.

Buscaban influir en el pensamiento de los médicos para defender este movimiento y coadyuvar a que el tiempo lo eternice.

Se consideran como fundadores y pioneros del Círculo Médico al Dr. Ricardo Palma (hijos del tradicionalista escritor) y Fortunato Quesada; ambos crearon un movimiento que se ajustara a la realidad que se vivía entonces, e incorporar a toda la Orden a nivel nacional.

Los miembros de su primera Junta Directiva 1922-1927 fueron: Ricardo Flores, decano de la Facultad de Medicina (Presidente Honorario), Pablo S. Mimbela (presidente activo), Guillermo Gastañeta y Miguel Aljovín (Vicepresidentes), Francisco Graña, Ricardo Palma y Juan Voto Bernales (secretarios), Oswaldo Hercelles (Tesorero), Ramón Ribeyro (Bibliotecario), Hermilio Valdizán (Director de la Revista); y Julián Arce, Rodolfo Neuhaus, Rómulo Eyzaguirre, Felipe Merkel, Carlos Monge y Constantino Carvallo (Vocales).

Desde ese momento, con gran celeridad, ese año convocaron a una sesión de Junta General para discutir los estatutos, el Reglamento, el Código Deontológico – que es la Base del actual Colegio Médico -, y la Defensa Nacional (Federación Médica de hoy).

La vida de esta institución fue muy corta, hasta 1927 aproximadamente. El 5 de octubre de 1930 bajo el impulso de Gabriel Delgado Bedoya y de Juan Werner se crea la Asociación Médica Peruana «Daniel A. Carrión», un renacer mejorado del Círculo Médico. El 27 de junio de 1947 se funda la Federación Médica Peruana, de la que es su primer presidente Ovidio García Rosell. Y, finalmente, el Estado crea el Colegio Médico del Perú. A fines de la década del 60.

Ya en la década de los cincuenta, la dirigencia de la Asociación Médica Peruana “Daniel Alcides Carrión” y los colegas que sin pertenecer a ella lideraban el ejercicio asistencial, el claustro universitario, la curul parlamentaria y la defensa de los derechos profesionales y sociales, ya tenían un claro criterio respecto a las características que debían tener un Colegio Médico y las funciones que debía cumplir. Se sentía ya la necesidad de eliminar el ejercicio ilegal de la medicina, el empirismo, el intrusismo y la ruptura de valores éticos.

La primera expresión imperativa del Estado destinada a crear una orden profesional que agrupe a los médicos del País, se inició en el año 1957, cuando se aprobó en el Congreso de la República el Proyecto de Ley para crear el Colegio Médico del Perú. Recién en el año 1959, después de pasar 2 años “el sueño de los justos”, el Proyecto pasó de la Cámara de Diputados a la de Senadores, sin embargo, en pleno gobierno de la Junta Militar del General Nicolás Lindley, dicho Proyecto de Ley, no se tocó; preveían que la situación se tornaría políticamente explosiva.

Recién, durante el primer Gobierno del Arquitecto Fernando Belaúnde Terry, el Senado de la República, a través de la firma de su presidente Ramiro Prialé Prialé, aprobó la Ley 15173, que crea el Colegio Médico del Perú (CMP) como entidad autónoma de derecho público interno, el 11 de agosto de 1964. Aún sin ser promulgada por el presidente, debido a problemas por la participación de un abogado como presidente de la comisión que la evaluaría, pasó 5 años sin ser promulgada.

En 1969, luego del golpe de estado militar, se retomaron las coordinaciones de la Comisión para su promulgación, que fue firmada el 1 de Julio de ese año, por el General Juan Velasco Alvarado, Presidente de la República, y por el Mayor Gral. FAP Eduardo Montero Rojas, Ministro de Salud.



La acogida de los médicos peruanos fue inmediata ya que se logró la inscripción de 4972 en total y se procedió a la primera elección de autoridades. El Dr. Jorge De La Flor Valle fue el primer decano del Colegio Médico del Perú. La primera sesión ordinaria del Consejo Nacional del Colegio Médico Perú se realizó el 18 de noviembre de 1969 en el local de la Asociación Médica “Daniel Alcides Carrión” instalándose e iniciando así la vida institucional de la Orden médica que se ha desarrollando en el ámbito ético y deontológico, de la defensa de la salud pública e individual y cultivando la doctrina que alimenta los principios y valores de la profesión médica, todo ello de manera autónoma.

Actualmente el Colegio Médico del Perú se encuentra a la vanguardia como ente rector de la doctrina, y de la ética y deontología de la profesión médica, del fortalecimiento de la profesión y presencia nacional e internacional, participando en la Asociación Médica Mundial, en la Confederación Médica Latinoamericana y otras instituciones profesionales.

Cuenta con un Consejo Nacional (en Lima) y 25 Consejos Regionales (23 capitales de Departamento, más el Callao y uno adicional en Huaraz), Comités asesores, permanentes, asesores transitorios  y locales, así como organismos consultivos como Consejos, Congresos,  Asambleas y Organismos que determine el Consejo Nacional.

A todos los miembros de la Orden Médica, nos queda en estas fechas una responsabilidad de mantener los preceptos por las que fue creado.


Edición de Historia de la Medicina Peruana. Información de: CMP, Dr. Félix Castillo N., Historia de la Medicina Peruana del S. XX.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Daniel Alcides Carrión (5/6)


Después de la Inoculación, Carrión volvió a su vida regular, entre la universidad y su cuarto de pensión, habían pasado varios días y su cuerpo no manifestaba ningún signo de enfermedad; pero el 17 de setiembre, 21 días después del inicio de su experimento, sintió un agudo dolor en el pie izquierdo, y dos días más tarde, una fiebre altísima, le confirmó que la enfermedad se había instalado en su cuerpo.


Aun cuando los síntomas de la Fiebre e la Oroya, le provocaron un miedo natural, el investigador que había dentro de él, se puso inmediatamente en alerta, para descubrir y anotar cada detalle de la enfermedad que ya corría por su cuerpo.


¿Qué estaba sucediendo en el organismo de Carrión? ¿Qué procesos ocurrían en la intimidad de su cuerpo? Solo la medicina moderna pueden explicar hoy, las cosas que el joven estudiante no entendía en ese momento.


El agente transmisor de la Verruga es un mosquito popularmente llamado Titira, al que los científicos llaman Lutzomyia verrucarum. Ese pequeño insecto transmite la bacteria de la enfermedad al picar a una persona enferma y luego a otra sana.


A través del agudo piquete del mosquito, la bacteria conocida como Bartonella bacilliformis, entra en el cuerpo humano, y da inicio al proceso de la enfermedad. En el caso de Carrión, él se la aplicó directamente de un brote verrucoso.


Una vez instalada en el torrente sanguíneo, la bartonella comienza a reproducirse, y ataca de inmediato a los glóbulos rojos. Penetra en ellos, y se queda a vivir como parásito en el interior.


Esa invasión de los glóbulos rojos por la bacteria, se agrava cuando aparecen los monocitos y linfocitos, que son las células de defensa de nuestro organismo. Como los glóbulos rojos están alterados por la bartonella, las células de defensa no los reconocen, y comienzan a destruirlos sistemáticamente, persiguiéndolos por todo el sistema circulatorio. Los pocos glóbulos que logran sobrevivir son destruidos en el bazo.


En cuestión de horas, miles y miles de glóbulos rojos, son aniquilados por el propio sistema inmunológico, provocando un debilitamiento general y una severa anemia, que muchas veces provoca la muerte del paciente.


Sin embargo, si el enfermo remonta la fase anémica, después de un tiempo, sus linfocitos y monocitos aprenden a luchar contra la bacteria, entonces esta huye a la piel, formando los conocidos brotes verrucosos, alguno de los cuales no llegan a aflorar. A pesar de que las verrugas dan un feo aspecto al paciente, esta ya es la fase benigna de la enfermedad; pues luego de varios días, los brotes desaparecen si dejar huella.


31 días después de la inoculación, Carrión vivía la etapa más peligrosa de la enfermedad: La Anemizante. Hoy la Verruga se puede medicar de modo efectivo en cualquiera de sus fases, el mártir todavía estaba muy lejos del descubrimiento de los antibióticos.


En esos días le escribe a su padre: “El sábado pasado fui acometido de fortísimos escalofríos, seguidos de una elevadísima fiebre”, pero para no preocuparlo, le miente: “ahora me hallo en el periodo de convalecencia”.


Pronto ya no pudo seguir escribiendo su propia historia clínica, en su cuaderno de notas, ahora se puede leer la dolorosa aceptación de su debilidad: “a partir de ahora me observarán mis compañeros, pues por mi parte confieso, me sería muy difícil hacerlo”. Sus cuatro amigos, los del lejano colegio Guadalupe, serían ahora los encargados de continuar las anotaciones.



Las noches de los enfermos son muy largas, entre dolores y sobresaltos volvía al Cerro de Pasco de su infancia, a ese paisaje frío y desolado de la puna. Su estado era cada vez más grave: Son las dos de la madrugada, escribían sus amigos, y aún no puede dormir tranquilo, delira, pide que apaguemos la luz, y en seguida nos indica que no.


El 2 de octubre, cuando los vómitos y las diarreas lo estaban deshidratando, aun tiene fuerza y lucidez para dictar su gran comprobación: “Ahora me encuentro firmemente persuadido, que estoy atacado de la fiebre del que murió nuestro amigo Orihuela; he aquí la prueba palpable de que la Fiebre de la Oroya y la Verruga reconocen el mismo origen”.


Los médicos que lo examinan el 4 de Octubre en la mañana, recomiendan una transfusión de sangre, pero en ese tiempo aun no se conocían los grupos sanguíneos, y una transfusión, podría eventualmente ser fatal, si la sangre del donante no coincidía con la del enfermo. Carrión sabe que solo le queda aceptar el riesgo.


Sus amigos entonces lo trasladan al Hospital Francés, hoy conocido como la Clínica “Maison de Sante”, único centro médico equipado para transfusiones sanguíneas. Pero los médicos, entre ellos el Dr. Ricardo Flores – primer especialista en transfusiones de sangre en el país - por alguna razón que no ha quedado registrada, deciden postergar la transfusión.


Cuando se inoculó la verruga, la muerte solo era una posibilidad lejana, pero al sentirla próxima, serenamente dijo: “no me arredra (amedrenta) la muerte”. El 5 de octubre, a las 11:30 de la noche terminó su martirio, había muerto para que otros no mueran en el futuro, sólo tenía 28 años.



Desde su Mausoleo en el Hospital 2 de Mayo, donde hasta hoy se recuerda su sacrificio, el inquieto espíritu de Carrión, parece seguir preguntando a través de las brumas del tiempo. ¿Ya hemos logrado vencer a la Enfermedad? ¿Es todavía un problema para los pueblos de la Sierra? ¿Se ha comprobado finalmente el mal de la Verruga?


Extraído de: "Grandes Biografías". Por: Alejandro Guerrero.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Casa de La Literatura Peruana: Fernando Cabieses


La antigua Estación de Ferrocarriles de Desamparados, en pleno centro de Lima, pasó a convertirse, desde el martes 20 de octubre del presente año, en la Casa de la Literatura Peruana. Además de las figuras literarias, que son resaltadas es este Museo Vivo; la idea es homenajear y reconstruir la vida de los grandes intelectuales que ha tenido el Perú. El primero en la lista: el Dr. Fernando Cabieses Molina.


La Conferencia e inauguración de la muestra: “Vida y obra de Fernando Cabieses” se dio lugar en el Auditorio de la Casa de La Literatura Peruana, en el sótano del local de Desamparados, al lado de la hermosa Biblioteca “Mario Vargas Llosa”, el viernes 23 de octubre. Los expositores fueron el Antropólogo Juan Ossio Acuña, y el Ingeniero José Dextre Chacón, en presencia del historiador Ernesto Yepes del Castillo, Coordinador del proyecto de la Casa de la Literatura Peruana, quienes realizaron dos ensayos sobre la vida de Cabieses, su obra y su rol como médico, educador e intelectual del país.


En sus palabras iniciales, Juan Ossio, detalla su amistad con Fernando Cabieses, la cual se da desde los años 70`s, a su regreso de Inglaterra; y resalta en él a un hombre cuyas capacidades de “desprendimiento y laboriosidad insaciable” son detalles cotidianos durante su vida.
Cabieses, nacido en Mérida. Yucatán, cuna de otra civilización americana, se graduó de médico en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Neurólogo y Neurocirujano por la Universidad de Pennsylvania; además, realizó estudios de ciencias biológicas, investigador de la etnomedicina, antropología, coleccionista de fotografías, difusor de la medicina tradicional peruana, educador, entre otras facetas.


Ossio mencionaba “había varios Cabieses”. Ocupó distintos cargos, dentro de los que se resaltan, Director del Museo Peruano de Ciencias de Salud, primer Director del Museo de la Nación, miembro de academias de la medicina prestigiosas en el mundo, doctor Honoris Causa por la Universidad Garcilaso de la Vega y Rector de la Universidad Científica del Sur.


Su admiración por la medicina y por contribuir con la ciencia desde este país, tuvo sus inicios desde su época de estudiante, ya que obtuvo el Bachillerato de Medicina en el año 1946 con el título: “Contribución al estudio del Sistema Nervioso Vegetativo Cardiovascular en relación con la vida en las alturas”.


Publicó diversos libros relacionados a la medicina tradicional andina, como: “La Coca ¿dilema trágico?”, “Ayer y Hoy: Las plantas medicinales”, “La Salud y los Dioses: la medicina en el antiguo Perú”, “Abismos cerebrales: el chamanismo”, “la Maca y la Puna”, “Antropología del Ají”, “la uña de gato y su entorno”, “Cien siglos de pan”, entre otros. Asimismo, organizó el Primer Congreso Mundial de Medicina Tradicional en el Perú.


Para Juan Ossio, Fernando Cabieses rompe las trabas del etnocentrismo peruano, toma conciencia que hay problemas diferentes entre las poblaciones, y lucha por que las personas entiendan que no existen seres superiores e inferiores, por el reconocimiento de la igualdad de los seres humanos, “el conjunto de la obra de Fernando Cabieses es la integración de todos estos conceptos”, detalló. Cabieses “ha traspasado las fronteras de sus colegas para entender el pensamiento indígena”.


Fernando Cabieses estudió la etnografía, interactuando con los chamanes, explorando infatigablemente su vida, también las prácticas médicas de las poblaciones prehispánicas, el valor terapéutico de las plantas medicinales de las poblaciones precolombinas , e identificar las enfermedades de aquellos tiempos, evaluando la naturaleza de los tratamientos.


Ossio, resaltó su don de desprendimiento, al mencionar detalles sobre la obra de Juan B. Lastres, quien falleciera antes de culminar sus investigaciones sobre las trepanaciones craneanas: “Lastres no terminó su trabajo, lo hizo Cabieses y le otorgó todos los créditos a Juan Lastres”.



Por su parte, José Dextre menciona que Fernando Cabieses es el “Sabio precursor de la época del Renacimiento de la Nueva Cultura Peruana”, pues contribuye a la valoración de los diferentes aspectos nacionales como la papa, las plantas, el chamanismo y la medicina; reclamaba el desprecio a las vertientes culturales ancestrales del Perú. Dextre mencionó que en sus coloquios, “Fernando contaba como la papa peruana salvó del hambre a Europa”.


Fernando Cabieses fue un hombre polifacético y apasionado en todas las áreas donde se desarrolló, en las Ciencias, la Política, las Letras, las Artes, La Medicina, y como Educador. En su vida se resaltaban dos aspectos:


Su rol formal: Como Médico Neurólogo y Neurocirujano y como Rector de la UCSUR.
Su rol cotidiano: Como Historiador, Antropólogo, resaltando en él “el amor” por la biología, la botánica y por la farmacología.


Su relación con la Educación en Medicina fue incansable y lo llevó hasta sus últimos días. Cabieses fue egresado de la Universidad de San Marcos, fundó la Universidad Cayetano Heredia y la Facultad de Medicina de la Universidad Científica del Sur, poniendo énfasis en la formación humanista del médico.


Durante su gestión al mando del Instituto Peruano de Fomento Educativo, resaltó el uso de la tecnología en nuestra sociedad, desarrollando conceptos como la Educación para la Ciencia y la Tecnología.


Asimismo mencionaba que “si el educador no estimula el ¿por qué? es imposible que aparezca la actitud de la investigación, es ciencia”. Cabieses era participe de la renovación de los estilos didácticos, “la buena relación profesor-alumno favorece la educación”.


Como Académico fue galardonado con el Premio Amauta de Ecuador y con las Palmas Magisteriales en el Grado de Amauta en el Perú.


Dextre resaltó sus cualidades humanitarias de Cabieses, “predicaba con el ejemplo, quería que lo llamaran Fernando, rompía distancias y llevaba igualdad entre los seres humanos”. Agregando que “nos enseñaba a ver la vida desde el punto de vista saludable, el amor a la vida, estimulaba la fidelidad y la lealtad.


“Enseñó a saber dudar” mencionaba Dextre, “a acabar con la verdad vigente, pero que por sobre todo existe un Dios más allá de las creencias religiosas” finalizó. Cabieses enseñaba a desterrar los dogmas y que cada educador debe estar preparado para repetir las ideas básicas.


Finalmente, enseñaba a los alumnos de medicina, a desarrollar el amor al paciente. Fernando Cabieses se reunía con ellos mediante un pensamiento holístico y sistemático, no dictaba ninguna cátedra o asignatura, lo hacía en cada reunión que tenía con ellos, con cada alumno.



La presentación incluye una exposición de su obra en la Sala 14 de la Casa de la Cultura, entre los cuales se observa un escrito de puño y letra de Fernando Cabieses hablando sobre “El Azúcar y la Diabetes”:


“Hay chicas diabéticas y otras chicas dulces, no más. Me gustan las últimas. Las primeras me ponen nervioso porque la diabetes en la juventud es mala amistad. Y la diabetes en general es una enfermedad muy traicionera, porque no sientes la presencia hasta que dulcemente, te traiciona y te da una puñalada en los ojos, en el corazón o en cualquier otra parte”.


El Dr. Fernando Cabieses Molina, fallecido en enero de este año, ya forma parte de la Historia de la Medicina del Perú, por su vida, por su obra y por su contribución a la difusión de lo hecho en el Perú, desde este espacio, le dedicamos este reconocimiento, admiración e intentaremos seguir sus pasos, un grande del país.

Daniel Alcides Carrión (4/6)


La Enfermedad de la Verruga o Verruga andícola, ya se conocía en el Perú desde tiempos precolombinos. Los antiguos pueblos Moche y Chancay la padecieron, y dejaron testimonio de ello en su cerámica.


Se aprecian huacos donde aparecen pobladores de aquellos tiempos, con el cuerpo cubierto de grandes verrugas, hablan por sí mismos de la difusión y el impacto que tenía la enfermedad en las comunidades desde aquel entonces.


La Verruga es una dolencia propia de los valles interandinos que se ubican entre los 500 y 3200 metros sobre el nivel del mar (msnm), y es muy conocida en el Perú, Ecuador y Colombia. En nuestro país, es más persistente en los departamentos de Ancash, Lima, Cajamarca, La Libertad y Piura (Valle Norte Peruano). 


En quechua se le conoce con el nombre de “Sirki” (verrugas de sangre) o “Kccepe; con estas palabras se la diferencia de le verruga pequeña y ordinaria, llamada “Ticti” (Verruga vulgar).


Durante la Colonia, la verruga fue una epidemia que cobró muchas vidas entre los conquistadores. Los españoles atribuyeron su origen a las aguas estancadas de los puquios y lagunas pequeñas. Ellos pensaban que esas aguas despedían una emanación maligna e insalubre, que infectaba a los humanos, haciéndole brotar esos granos horribles que conocían como Verruga; por eso evitaban pasar cerca de los puquios, y por supuesto, jamás bebían de ellas.


Antes de venir a Lima, cuando todavía vivía en su Cerro de Pasco natal, Daniel Carrión escuchó los comentarios acerca de unas fiebres desconocidas, que estaban atacando a los trabajadores que construían el Ferrocarril Central. Se le llamaba Fiebre de la Oroya, en alusión al destino del primer tramo del ferrocarril.


La audacia de su constructor, don Enrique Meiggs, hizo posible que la línea del ferrocarril venciera las gigantescas cumbres andinas, atravesando páramos y nevados, por donde jamás se habían atrevido las máquinas humanas.


Sólo esa fiebre maligna, que batía por cientos a los trabajadores, pudo poner en riesgo su empresa. Los obreros desertaban y huían asustados a sus pueblos, al ver que de cada cien compañeros infectados, veinte no lograban superar la enfermedad; y morían sin remedio en los hospitales de campaña, ante la impotencia de los médicos.





7 mil trabajadores dejaron su vida en la construcción del ferrocarril. Incluso, existe un Puente llamado Verrugas, hoy llamado Puente Daniel Carrión, ubicado en el Km 84 de la vía del ferrocarril central, en Huarochirí, Lima. El puente de acero, esta a 1800 msnm, tiene 218 metros de largo y se halla a 80 metros sobre la carretera central, tuvo tantos muertos por la enfermedad durante su construcción como durmientes (traviesas horizontales) tiene la vía.


Daniel Carrión, que ahora estudiaba la Enfermedad de la Verruga, encontró que los síntomas de la fiebre de los trabajadores ferroviarios, se parecían muchísimo a la enfermedad que él estaba investigando.


En las Historias Clínicas que el coleccionaba, había anotado que los brotes verrucosos eran precedidos de una fiebre similar, también causante de anemia. Pero sus observaciones no lograban cuajar en una teoría definitiva; los numerosos conceptos contradictorios o equivocados propios de la época, lo hacían dudar, revisar conceptos y buscar lecturas más actualizadas.


La Fiebre de la Oroya, en efecto, se parecía mucho a la Verruga; nadie podía afirmar categóricamente, que ambas eran la misma enfermedad. Lo peor de todo, eran las pocas herramientas con que podía contar un investigador de ese tiempo. La ocupación chilena mantenía bloqueados nuestros puertos, y la información científica proveniente de otras partes del mundo, no lograba entrar en el Callao.


Pero los ocupantes al fin se fueron, se acabaron tres años de incomunicación entre los investigadores del Perú y del mundo. Según relata el Dr. Uriel García, ex Ministro de Salud, entre enero a julio de 1884 llega una avalancha de noticias: “todos los estudiantes, los profesores de medicina se admiran de ver existían las bacterias, los cocos, los bacilos”, noticias que recién llegaban al Perú “aprendieron que el hematozoario de Laveran era el causante del Paludismo, descubierta en 1882, el descubrimiento del Bacilo de Koch el mismo año”; es decir, hay toda una avalancha de información que motiva la imaginación creativa de los jóvenes estudiantes.



Carrión se quedó impresionado con el mayor descubrimiento científico de entonces: Los Microbios. El avance de la ciencia había permitido a los científicos asomarse a un mundo microscópico, que era más peligroso para el hombre, que cualquier arma sobre la tierra. Por primera vez se conocía de la existencia de los Virus y de las Bacterias.


Sus dudas empezaban a aclararse, y en todo caso, para conocer a profundidad algunas enfermedades, supo que había un método novedoso y audaz: las inoculaciones. Inyectarse los microbios de una enfermedad y estudiar la evolución en el propio cuerpo.


En su cuaderno de notas escribió: “estas oscuridades, estas incertidumbres, dejarán de existir, estoy seguro, el día en que la práctica de las inoculaciones se domicilie entre nosotros”. No espero mucho tiempo más, hasta ese momento había registrado en nueve historias clínicas, el proceso de la enfermedad verrucosa; decidió que él mismo sería la décima historia.


Qué demostraría al inocularse y reproducir la enfermedad de la verruga en su propio organismo:
Primero: Que la enfermedad era producida por un germen, capaz de pasar de un ser humano a otro. De este modo, quedarían desechadas las teorías que todavía sostenían, que la enfermedad tenía su origen en los vapores de las aguas estancadas.
Segundo: Despejar lo que llamaba “oscuridades” e “incertidumbres”, y confirmar sus sospechas de que había una relación sustancial entre la Enfermedad de la Verruga y la Fiebre de la Oroya. A partir de allí, sería más fácil el recorrido, hacia un tratamiento efectivo.


La mañana del 27 de agosto de 1885, Daniel Carrión llega al Hospital Dos de Mayo, viene resuelto a inocularse sangre del brote de verruga de la paciente Carmen Paredes, una joven de 15 años, a quien había localizado días antes en el Pabellón Nuestra Señora de las Mercedes. Sabía a lo que se enfrentaba al inocularse, no era un hombre ingenuo o puramente atrevido.


En esta sala se disponía a culminar 4 años de investigaciones, sabía y así lo había escrito, que el microbio incubaría en su cuerpo durante un tiempo indefinido, entre 8 y 40 días, y que después le vendría un periodo de malestar general y cansancio, seguido de otro momento de intensos dolores óseos, y fiebres de más de 40 grados. Esos iban a ser sus padecimientos, pero no iba a morir; era un experimento riesgoso, pero la enfermedad no era necesariamente fatal.



Tanto él como el Dr. Evaristo Chávez, su amigo médico, intento disuadirlo, y que luego lo ayudó a inocularse, al ver que su decisión era indeclinable. Esperaban que como otros enfermos de Verrugas, él pudiera salir adelante; sin embargo, Carrión le confesó a uno de sus amigos, que de no remontar la enfermedad, habría pagado con su vida, su deseo de prestar un servicio importante a la humanidad doliente.


Durante los inciertos días que vendrían después, tendría que esperar y observar atentamente su propio cuerpo


Extraído de: "Grandes Biografías". Por: Alejandro Guerrero.

martes, 3 de noviembre de 2009

Daniel Alcides Carrión (3/6)


La Facultad de Medicina “San Fernando” de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en los tiempos de Carrión, funcionaba en pleno Centro de Lima, en la Plaza Santa Ana, y que se conoce hoy como Plaza Italia.


Carrión, con sus libros bajo el brazo, cruzaba entre las vivanderas, que comentaban las últimas noticias de la guerra, y entraba a clases en compañía de sus cuatro amigos del Guadalupe, ahora también estudiantes de medicina.


En ese tiempo, la Facultad de Medicina tenía una plana docente verdaderamente brillante. Casi todos eran investigadores de primer nivel: Leonardo Villar, enseñaba Anatomía; José Casimiro Ulloa, enseñaba Terapéutica; Manuel Odriozola, enseñaba Nosografía Médica, Lino Alarco, enseñaba Clínica de Mujeres. La mayoría de profesores se había formado en Francia, en ese momento el centro de la revolución médica mundial, con exponentes representativos como Luis Pasteur.


Francia, que estudiante no deseaba cruzar el océano para proseguir estudios en las universidades parisinas. Carrión también tuvo ese sueño, que comunicó esa intención a sus padres; pero en esos días el negocio de los pequeños mineros estaba paralizado.


Don Alejo Valdivieso, le envió un carta donde le decía con pesar: “mi querido Daniel, ya comprendo el asunto del que me hablas, de acabar tus estudios en Europa, en donde sin esfuerzo, conozco sus ventajas. Pues debo decirte que en las actuales circunstancias de crisis y cambios de este país, no es posible pensar en ello”. Francia tenía que esperar.


Daniel Alcides continuó sus estudios en San Fernando y en el Anfiteatro Anatómico del Hospital Dos de Mayo, el Centro Médico más grande y moderno de su tiempo. En el silencio de esta sala, los alumnos aprendían la compleja estructura del cuerpo humano: músculos, huesos, órganos inertes; todo debía ser estudiado, diseccionado, conocido prolijamente, para después saber cómo evitar la muerte.





De pronto la guerra estuvo a las puertas de Lima, el pueblo se organizó junto con el diezmado ejército peruano, para impedir la invasión. Lima, resistió encarnizadamente y heroicamente en los frentes de San Juan y Miraflores.


Los profesores y estudiantes de medicina participaron como sanitarios en los frentes de combate. Daniel Carrión, integrando un grupo de socorro, estuvo en la batalla de Miraflores, y pudo ver como desde el mar, las naves chilenas bombardeaban Chorrillos, hasta destruirlo casi completamente.


Lima, no fue destruida, pero no se libró de un largo y minucioso saqueo. Los chilenos, al mando del Vice-Almirante Patricio Lynch, jefe de la ocupación chilena en Lima, ocuparon los locales de todas las instituciones públicas y privadas. La Facultad de Medicina fue invadida, y los alumnos desalojados; sin embargo, San Fernando, nunca dejó de funcionar.


Como una muestra de dignidad, el Decano (1881-1884) Dr. Manuel Odriozola, comunicó al Rector, que a pesar de las circunstancias abriría el año académico. Los profesores acordaron entonces dictar clases en sus propios domicilios, en donde llegaban los estudiantes, como a una reunión secreta.


Maestros y alumnos se reunían alrededor de un mobiliario casero para revisar la teoría; las clases prácticas se realizaban en algunos hospitales cómplices, que prestaban laboratorios, anfiteatros anatómicos y salas de pacientes.


En esas condiciones estudió Carrión, en años de guerra. La vida universitaria continuó así. Hasta que después de tres años de ocupación, los chilenos dejaron Lima, según estipulaba el Tratado de Ancón, firmado por el presidente Miguel Iglesias en el año 1884.


Meses después la vida académica se normaliza y Carrión retoma su antigua preocupación: La Enfermedad de la Verruga. Desde hacía 3 años antes, por su cuenta y riesgo, Daniel Alcides Carrión venía registrando en Historias Clínicas, las características de una extraña enfermedad.


En los Hospitales de San Bartolomé, Santa Ana (ahora Maternidad de Lima) y Dos de Mayo, había encontrado pacientes con síntomas parecidos: Fiebre, Anemia, Intensos dolores musculares y óseos; y a veces, brotes verrucosos.


Los médicos de aquel entonces, pensaban que combatían contra dos enfermedades distintas: La Fiebre de la Oroya y la Verruga Peruana; ambas muy difundidas entre los valles interandinos. Pero Carrión, empezaba a sospechar, que estas dos enfermedades, podían ser una sola.


En mayo de 1885, Abel Orihuela, su amigo y estudiante del tercer año de medicina, enferma y es hospitalizado, el diagnóstico: Fiebre de la Oroya. Carrión lo asiste, y lleno de impotencia lo ve morir. Había esperado secretamente que Orihuela desarrollara brotes de Verruga; pero no ocurrió así. Había muerto con el cuerpo limpio.





Sería entonces cierto, que esta fiebre llamada de la Oroya, era distinta a la otra que terminaba en brotes de Verruga. ¿Cómo saberlo?; él seguía sospechando que era una sola, pero con diferentes etapas. Pero el mundo científico no acepta sospechas, conjeturas o intuiciones, tenía que demostrarlo.


Extraído de: "Grandes Biografías". Por: Alejandro Guerrero.