Carrión, con sus libros bajo el brazo, cruzaba entre las vivanderas, que comentaban las últimas noticias de la guerra, y entraba a clases en compañía de sus cuatro amigos del Guadalupe, ahora también estudiantes de medicina.
En ese tiempo, la Facultad de Medicina tenía una plana docente verdaderamente brillante. Casi todos eran investigadores de primer nivel: Leonardo Villar, enseñaba Anatomía; José Casimiro Ulloa, enseñaba Terapéutica; Manuel Odriozola, enseñaba Nosografía Médica, Lino Alarco, enseñaba Clínica de Mujeres. La mayoría de profesores se había formado en Francia, en ese momento el centro de la revolución médica mundial, con exponentes representativos como Luis Pasteur.
Francia, que estudiante no deseaba cruzar el océano para proseguir estudios en las universidades parisinas. Carrión también tuvo ese sueño, que comunicó esa intención a sus padres; pero en esos días el negocio de los pequeños mineros estaba paralizado.
Don Alejo Valdivieso, le envió un carta donde le decía con pesar: “mi querido Daniel, ya comprendo el asunto del que me hablas, de acabar tus estudios en Europa, en donde sin esfuerzo, conozco sus ventajas. Pues debo decirte que en las actuales circunstancias de crisis y cambios de este país, no es posible pensar en ello”. Francia tenía que esperar.
Daniel Alcides continuó sus estudios en San Fernando y en el Anfiteatro Anatómico del Hospital Dos de Mayo, el Centro Médico más grande y moderno de su tiempo. En el silencio de esta sala, los alumnos aprendían la compleja estructura del cuerpo humano: músculos, huesos, órganos inertes; todo debía ser estudiado, diseccionado, conocido prolijamente, para después saber cómo evitar la muerte.
De pronto la guerra estuvo a las puertas de Lima, el pueblo se organizó junto con el diezmado ejército peruano, para impedir la invasión. Lima, resistió encarnizadamente y heroicamente en los frentes de San Juan y Miraflores.
Los profesores y estudiantes de medicina participaron como sanitarios en los frentes de combate. Daniel Carrión, integrando un grupo de socorro, estuvo en la batalla de Miraflores, y pudo ver como desde el mar, las naves chilenas bombardeaban Chorrillos, hasta destruirlo casi completamente.
Lima, no fue destruida, pero no se libró de un largo y minucioso saqueo. Los chilenos, al mando del Vice-Almirante Patricio Lynch, jefe de la ocupación chilena en Lima, ocuparon los locales de todas las instituciones públicas y privadas. La Facultad de Medicina fue invadida, y los alumnos desalojados; sin embargo, San Fernando, nunca dejó de funcionar.
Como una muestra de dignidad, el Decano (1881-1884) Dr. Manuel Odriozola, comunicó al Rector, que a pesar de las circunstancias abriría el año académico. Los profesores acordaron entonces dictar clases en sus propios domicilios, en donde llegaban los estudiantes, como a una reunión secreta.
Maestros y alumnos se reunían alrededor de un mobiliario casero para revisar la teoría; las clases prácticas se realizaban en algunos hospitales cómplices, que prestaban laboratorios, anfiteatros anatómicos y salas de pacientes.
En esas condiciones estudió Carrión, en años de guerra. La vida universitaria continuó así. Hasta que después de tres años de ocupación, los chilenos dejaron Lima, según estipulaba el Tratado de Ancón, firmado por el presidente Miguel Iglesias en el año 1884.
Meses después la vida académica se normaliza y Carrión retoma su antigua preocupación: La Enfermedad de la Verruga. Desde hacía 3 años antes, por su cuenta y riesgo, Daniel Alcides Carrión venía registrando en Historias Clínicas, las características de una extraña enfermedad.
En los Hospitales de San Bartolomé, Santa Ana (ahora Maternidad de Lima) y Dos de Mayo, había encontrado pacientes con síntomas parecidos: Fiebre, Anemia, Intensos dolores musculares y óseos; y a veces, brotes verrucosos.
Los médicos de aquel entonces, pensaban que combatían contra dos enfermedades distintas: La Fiebre de la Oroya y la Verruga Peruana; ambas muy difundidas entre los valles interandinos. Pero Carrión, empezaba a sospechar, que estas dos enfermedades, podían ser una sola.
En mayo de 1885, Abel Orihuela, su amigo y estudiante del tercer año de medicina, enferma y es hospitalizado, el diagnóstico: Fiebre de la Oroya. Carrión lo asiste, y lleno de impotencia lo ve morir. Había esperado secretamente que Orihuela desarrollara brotes de Verruga; pero no ocurrió así. Había muerto con el cuerpo limpio.
Sería entonces cierto, que esta fiebre llamada de la Oroya, era distinta a la otra que terminaba en brotes de Verruga. ¿Cómo saberlo?; él seguía sospechando que era una sola, pero con diferentes etapas. Pero el mundo científico no acepta sospechas, conjeturas o intuiciones, tenía que demostrarlo.
Extraído de: "Grandes Biografías". Por: Alejandro Guerrero.
Extraído de: "Grandes Biografías". Por: Alejandro Guerrero.
1 comentario:
vean la web del instituto del Peru...
http://www.institutodelperu.org.pe/index.php?option=com_content&task=view&id=481&Itemid=117
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