martes, 13 de octubre de 2009

Daniel Alcides Carrión (1/6)



El hombre acostado sobre la cama ya no respondía a las preguntas, sus ojos estaban cerrados y su frente continuaba ardiendo; quien sabe si ya estaba sumergido en las brumas de la muerte.

Desde niño había soñado con ser médico, sobretodo cuando veía las penurias y los males de los mineros de su pueblo natal, Cerro de Pasco. Pero ahora, irónicamente, solo era un paciente, agonizando en la cama de un antiguo hospital.

Se había inoculado una enfermedad para estudiarla, conocer su proceso y buscar la manera de combatirla. Aún cuando algunos pensaron que era un suicida, el sabía perfectamente lo que hacía; había utilizado su propio cuerpo como un laboratorio, y siempre tuvo la esperanza de terminar bien su experimento. El destino tenía otros planes, la enfermedad le ganó la partida, y lo obligo a pagar con su vida la audacia de querer investigar.

Sus amigos de la Facultad de Medicina que lo acompañaban, veían como por momentos la fiebre lo llevaba a perder la conciencia. Se preguntaban alrededor del lecho: ¿Todavía podrá reconocernos?, ¿Recordará aún su propio nombre?.

Repentinamente el paciente se estremece, se agita en la cama y parece que se esfuerza por decir algo. Un amigo le alcanza la tablilla, que ha servido para comunicarse con él, desde que perdió el habla; y allí, con mano temblorosa, el hombre escribe sus últimas palabras: "Daniel Alcides Carrión".

Todavía tenía lucidez, recordaba el nombre que le pusieron en la pequeña iglesia del barrio de Chaupimarca, en la ciudad de Cerro de Pasco. Allí, al lado de la antigua pila bautismal, y en brazos de sus padres, recibió el primer sacramento cristiano, junto con su nombre: Daniel Carrión.

Daniel nació en el pueblo platero de Quiulacocha (Laguna de las Gaviotas, en Quechua), el 13 de agosto de 1857. Pocos días después de su nacimiento, sus padres se trasladaron a Cerro de Pasco (4338 msnm). Es esa época, la ciudad albergaba alrededor de seis mil habitantes, la mayoría de su población tenía sus orígenes en los departamentos vecinos; pero ahora se habían sumado migrantes de Europa, y de otros países americanos. Su riqueza la había convertido ahora en una ciudad cosmopolita.

El padre de Daniel Carrión, el médico Don Baltazar Carrión, era uno de esos migrantes; había venido de Loja, Ecuador, para ejercer su profesión en los asientos mineros. La madre era una joven cerreña de Quiulacocha, llamada Dolores García Navarro.

Sus primeros años escolares transcurrieron en la escuela municipal. En su camino a la escuela, se cruzaba con las manadas de mulas, llamas, cargadas de mineral, que iban rumbo a los molinos. El escolar Carrión sabía lo que costaba extraer esas piedras incrustadas de plata, hierro o zinc por parte de los Capacheros, antiguos mineros de Cerro de Pasco. Los socavones estaban muy cerca, y era fácil saber que en esos lugares, cientos de obreros dejaban su vida.

Tal vez en la escuela recibió la noticia más dolorosa de su vida, su padre había muerto al disparársele accidentalmente una escopeta. En 1870, cuando tenía 13 años, fue enviado a Tarma, a concluir sus estudios primarios e iniciar su educación secundaria.

Para entonces su madre se había unido a Don Alejo Valdivieso, un migrante también ecuatoriano, que llenó su carencia paterna, y se convirtió en su guía y protector; Daniel Carrión jamás se refirió a él como padrastro.

En el año 1873, inicia una nueva etapa en su vida, se aleja de Cerro de Pasco, y viaja a Lima a terminar su secundaria. Atraviesa a caballo la cordillera, sus paramos, sus cumbres y sus asientos mineros, rumbo a la estación del tren.

Al llegar a la estación del tren en San Mateo, el joven Carrión pensó por un momento en las miles de vidas que había costado la construcción de ese tramo del ferrocarril. En ese tiempo, los trabajadores morían atacados por una enfermedad desconocida, que producía fiebres muy altas y anemias; y algunas veces brotes verrucosos, se le llamaba: Fiebre de la Oroya.




Carrión sentado en uno de los vagones, todavía no sabía que él sería uno de los paladines en la lucha contra esa enfermedad. Ahora tal vez, sólo trataba de imaginar como sería la ciudad en la que un día quisiera titularse de médico. El tren corría veloz, pronto conocería Lima.

Extraído de: "Grandes Biografías". Por: Alejandro Guerrero.

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